https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Los Vicentes" de 聲gel Schiavonea D'Elba (página 2) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Sábado 27 de abril de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
﹖uscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
P墔inas 1  (2)  3 
 

 
Sylvia, como ya dije era la persona que yo más admiraba o, mejor dicho, la única persona que yo realmente admiraba. Ese sentimiento lo tuve desde muy temprana edad. Ella tenía esa mirada apacible y segura que tiene el que sabe lo que está pasando y lo que va a pasar mientras el resto todavía no sabe nada. Por inteligencia o por imaginación Sylvia daba la certeza de que nada la podía sorprender, de que ya todo lo que ocurría ya lo había visto o al menos anticipado. Esa lucidez la llevó muchas veces a enfrentarse con nuestros padres pero conmigo funcionó siempre como generadora de paz y seguridad.
En no pocas oportunidades escuché que yo fui un malcriado, un consentido. No sé. Creo que fui alguien muy amado por su familia. ¿Sobreprotegido? Quizás. ¿Más de lo que yo hubiera querido? No. En todo caso esos años de atención y cuidados, de tener en todo momento un ojo sobre mí, hicieron que en algún momento yo llegara a una idea que al poco tiempo se hizo convicción: yo iba a hacer todo el esfuerzo posible por no hacer infelices a mis padres, y si al final lo eran no iba a ser por causa mía.
Y me surge ahora contar un evento de aquellos tiempos.
Un día papá llegó a casa con un gran anuncio. Aclaro que yo a los doce o trece años era un niño, no manejaba ambigüedades. Un gran anuncio era una buena y feliz noticia, no podía ser otra cosa, así que me puse feliz y ansioso. Fue violento y contradictorio tener que aceptar que esa gran noticia era poco menos que una desgracia para mi papá. Ningún lógico razonamiento posible que pudiera hacer mi cerebro podía concluir en que algo que tenía que ver con el progreso en la carrera, con un ascenso en la vida era algo malo. Resulta que a papá le habían propuesto hacerse cargo del directorio del Instituto Balseiro en Bariloche. ¡Director! Escuché eso desde mi cuarto y me alegré como si hubiéramos sacado la lotería. Por supuesto ya se había hablado en casa de ese lugar y yo sabía que era lo más alto a lo que podía aspirar mi padre.
Me asomé por la baranda de la escalera con toda la expectativa de ver una fiesta con abrazos y emociones pero cuando di con la cara de mi papá no encontré el más mínimo signo de alegría. En ese momento no saqué conclusiones.
La reacción de Sylvia se sumó a mi desorientación cuando llegó más tarde a casa y le dije lo que había escuchado. “Vicente, tranquilo”, me dijo despeinándome con una caricia. Ella ya sabía todo sin que nadie le hubiera contado nada. “Papá no va a ir a Bariloche”, me dijo con voz clara y con una sonrisa. Me enojé. Yo quería compartir la buena noticia con mi hermana y ella no sólo no se alegraba sino que sacaba una carta nueva cambiando el juego y retorciendo la baraja de mi vida. Una baraja simple que contaba con no más de dos cartas ahora de golpe tenía otras tantas desconocidas. El juego ya era distinto y no me estaba gustando ni un poco. “Papá no se va a animar a dejar todo esto”, siguió Sylvia. “No va a cambiarnos de colegio, de barrio, de amigos. Esas cosas se hacen de joven y quizás papá ni de joven lo hubiera hecho. Papá es un hombre tranquilo”.
Esa definición, “hombre tranquilo”, no me sonó bien. En ese momento no me pregunté por qué o no se me ocurrió buscarle una razón a ese malestar. Después con el tiempo esa razón fue apareciendo sola. Sylvia había escondido entre las letras y sonidos de esas dos palabras otra que un niño como yo (o como cualquier otro) no debía escuchar de su padre. Esa palabra oculta era cobarde.
Fue el único momento en el que mi admiración por Sylvia tambaleó. Cómo podía ser que una persona tan lúcida dejara que algún enojo, algún reproche oculto le hiciera decir semejante cosa de su papá.
Tiempo más tarde me enteré de que mi padre había tenido muchas propuestas antes de esa para seguir con su carrera en centros de más alta complejidad, incluso del exterior. Yo nunca me había enterado pero entendí que Sylvia sí. Es más, quizás hasta en alguna de esas veces ella pudo darse cuenta de que la estaban poniendo de excusa para tomar esa no-decisión. No me cuesta ahora imaginar una de las discusiones que pudieron haber tenido.
Lo que trascribo a continuación no puedo asegurar que haya ocurrido así, literalmente. Más bien sería una mezcla abstracta de mis ideas, deducciones, suposiciones, etcétera:
MAMÁ: Hernán, vamos. Eso es algo bueno. Podemos hacerlo.
PAPÁ: No sé, Mary, no sé.
MAMÁ: ¿Pero lo que te ofrecen es real o es una especie de prueba?
PAPÁ: No, no. Es real. Terminé la presentación y ahí no más se me acercaron los de Boston.
MAMÁ: ¿Y entonces? ¿Qué nos impide? ¡Vayamos! Vicente empieza la primaria el año que viene. Se va a adaptar sin problemas y Syl puede también empezar el secundario allá.
PAPÁ: Yo creo que…no sé. Es difícil. Sylvia…
(entra Sylvia que había estado escuchando y esperando, como dándole línea a un pez que ya picó antes de empezar a recoger, como si supiera que papá la iba a meter a ella de un momento a otro en la conversación)
SYLVIA: ¿Qué pasa papá? ¿Nos vamos a dónde?
PAPÁ: No, tranquila, Syl. No nos vamos a ningún lado, no tenemos que irnos. Sólo me propusieron algo pero no tenemos la obligación de…
SYL: Pero dale, papá. ¡dale, vamos!
PAPÁ: Vos no sabés, Syl. Estás en pleno colegio. El cambio te va a hacer mal. Sos grande pero no tanto.
Mamá evita agarrase la cabeza para que papá no se dé cuenta de que ella ya ve el maremoto que se le viene encima.
SYL: No, papá. Ni soy grande, ni tan chica, pero entiendo.
PAPÁ: ¿Qué entendés?
SYL: Que no te animás y que me estás usando para no ver que tenés miedo.

 
P墔inas 1  (2)  3 
 
 
Consiga Los Vicentes de 聲gel Schiavonea D'Elba en esta página.

 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Los Vicentes de 聲gel Schiavonea D'Elba   Los Vicentes
de 聲gel Schiavonea D'Elba

ediciones deauno.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com