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-¿Cree usted, coronel, que a su valiente Coulter le gustaría emplazar uno de sus cañones aquí? -preguntó el general.

No daba la impresión de hablar seriamente: en efecto, no era aquel un lugar donde a un artillero, por valiente que fuera, le hubiera gustado emplazar un cañón. Quizá pensara el coronel que su jefe de división quería darle a entender, en tono festivo, que había exaltado demasiado el valor de Coulter durante una reciente conversación que sostuvieron.

-Mi general -replicó vivamente el coronel extendiendo la mano en dirección al enemigo, a Coulter le gustaría emplazar un cañón en cualquier parte con tal de que alcanzara a esa gente.

-Es el único lugar posible -afirmó el general. Hablaba, pues, con toda seríedad.

Era una depresión, un portillo en la cumbre muy escarpada de una colina. Era un paso, y por él subía una ruta de peaje que alcanzaba su punto culminante después de haber serpenteado a través de un bosque ralo y bajaba en seguida hacia el enemigo por una pendiente semejante a la primera, aunque menos escarpada. Sobre un espacio de una milla a la derecha y de una milla a la izquierda, la cadena de las colinas era inaccesible a la artillería, si bien estaba ocupada por la infantería federal cuyo campamento se hallaba justo detrás de la cumbre que parecía mantenida en su sitio por la sola presión atmosférica. El único lugar utilizable era el fondo del portillo, no más ancho que la huella del camino. Del lado de los confederados, ese punto estaba dominado por dos baterías apostadas sobre un cerro un poco menos alto, más allá de un arroyo a media milla de distancia. Todos los cañones estaban ocultos por los árboles de una granja, con excepción de uno solo: éste, al parecer con bastante atrevimiento, estaba emplazado en un terreno abierto delante de una construcción de cierta importancia: la casa de un plantador. Así expuesto, el cañón no corría sin embargo ningún peligro porque la infantería federal había recibido la orden terminante de no tirar. El portillo de Coulter, como se lo llamó después, no era un lugar donde a nadie, durante aquella agradable tarde de verano, le "hubiera gustado emplazar un cañón".

 
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El caso del portillo de Coulter de Ambrose Gwinett Bierce   El caso del portillo de Coulter
de Ambrose Gwinett Bierce

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