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Generalmente la atmósfera es brumosa, lo cual procede de un polvo impalpable en suspensión. Más tarde echamos de ver que ese polvo había averiado ligeramente los instrumentos astronómicos. La mañana antes de anclar en Porto Praya recogí un paquetito de este polvo fino, de color pardo, que parecía haber sido tamizado por la gasa de la veleta del palo mayor. Mr. Lyell me ha dado también cuatro paquetes de polvo caído en un navío a unos cuantos centenares de millas al norte de estas islas. El profesor Ehrenberg (1) halla que el mencionado polvo se compone en gran parte de infusorios con caparazones silíceos y del tejido silíceo de plantas. En cinco paquetitos que le envié ha comprobado la existencia de hasta ¡sesenta y siete formas orgánicas diferentes! Los infusorios, con la excepción de dos especies marinas, son todos habitantes de agua dulce. Conozco nada menos que quince relaciones diferentes que hablan de polvo caído en navíos a gran distancia de tierra, en el Atlántico. Por la dirección del viento siempre que cae ese polvo, y de que el fenómeno se verifica constantemente en los meses en que el harmatán levanta a inmensas alturas en la atmósfera nubes de polvo, podemos admitir con toda seguridad que procede de Africa. Sin embargo, es muy curioso que, no obstante conocer el profesor Ehrenberg muchas especies de infusorios peculiares de Africa, no halle ninguna de ellas en el polvo que le he enviado, y en cambio ha descubierto en él dos especies que, según lo que hasta ahora sabe, sólo viven en América del Sur. El polvo cae en tanta cantidad que le ensucia todos los objetos del barco y daña los ojos de los tripulantes y viajeros, y hasta se ha dado el caso de dirigirse los barcos a la costa a causa de la obscuridad de la atmósfera. Con frecuencia cae sobre barcos que se hallan a varios cientos y aun a más de un millar de millas de la costa de Africa, y en puntos distantes más de 1.600 millas, en dirección Norte a Sur. En cierta clase de polvo, recogido en un navío a 300 millas de tierra, hallé, con gran sorpresa, partículas de piedra de más de una milésima de pulgada cuadrada, mezcladas con materia muy fina. En vista de este hecho, no hay motivo para sorprenderse de la difusión de las espórulas de plantas criptógamas, que son mucho más ligeras y menudas.

 
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