EL LOCO
I
En el recinto de una enfermería, se ve un pabellón de medianas
dimensiones, rodeado de un muro de bardana, ortiga y cáñamo silvestre. El techo
está cubierto de una capa de moho, la chimenea medio derrumbada, los escalones
del portal, derruidos y cubiertos de hierba y las desnudas paredes no ostentan
más que escasos residuos de su antiguo estuco.
La fachada frontal, de la barraca, está situada frente a la
enfermería central, en tanto que la puerta posterior linda al campo, limitada
por un cercado grisáceo armado con agudos clavos. El borde erizado de puntas, la
uniformidad del seto y la misma forma del pabellón producen en conjunto aquella
característica, de languidez y desesperada desolación, tan típica en las
cárceles y hospitales de Rusia.
Si los lectores no temen los pinchazos de aquellas ortigas, les
invito a que suban conmigo por la estrecha senda que conduce al pabellón, para
ver lo que ocurre en el interior... Pasada la primera puerta, entramos en el
vestíbulo. A lo largo de las paredes de la sala y en torno de la chimenea, vense
amontonados grandes bultos, propios de un hospital... Colchones, batas viejas y
rotas, pantalones, camisas con puntitos azules y toda clase de calzado, ya
inservible... Todos aquellos harapos, revueltos, despiden un hedor
insoportable.