Iván Dmitrich Gromov, hombre de unos treinta y tres años, es
hijo de una noble familia, habiendo desempeñado anteriormente el cargo de
ejecutor judicial y de secretario provincial... Sufre la manía de la
persecución.... Si no está postrado en la cama, enroscado como un caracol, mide
a zancadas la sala de un rincón a otro, como haciendo gimnasia... Muy raras
veces está sentado... Está siempre sobresaltado y dominado por cierto deseo
confuso, cuyo objeto desconoce... Basta un ligero ruido en la antesala o algún
grito en el patio, para que levante la cabeza con atención... Le parece que ya
vienen a buscarle, a apresarle... Dominado por tales pensamientos demuestra en
la expresión de su cara extremada inquietud y recelo...
Me agrada su ancha cara, de pómulos salientes, siempre pálida,
y consumida por la aflicción, fiel imagen de su alma, rendida por una lucha
estéril en el continuo temor que experimenta... Los ademanes y las muecas de su
cara, son extraños y enfermizos, aunque sus facciones, que llevan grabadas
profundos y agudos sufrimientos, denotan cultura e inteligencia... Sus ojos
reflejan calurosa sinceridad y buena salud... Me complace su carácter cortés y
extraordinariamente delicado en el trato con todos sus convivientes, a excepción
de Nikita. Cuando alguien deja caer un botoncito o una cuchara, se levanta de un
salto de la cama para recoger el objeto caído. Al amanecer, nunca olvida dar los
buenos días a sus compañeros, como tampoco despedirse de ellos antes de
acostarse.