https://www.elaleph.com Vista previa del libro "La novela de la sangre" de Carlos Octavio Bunge | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Jueves 25 de abril de 2024
  Home   Biblioteca   Editorial   Libros usados    
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas (1)  2  3  4 
 

 

ADVERTENCIA

Tan nueva es nuestra argentina patria, que el folklorismo nacional se está aún formando, y por cierto con elementos tan malos como los novelones gauchescos. En el deseo de mejorar en lo posible ese folklorismo, pan cotidiano de la imaginación del pueblo, improvisé en cortos días de vacaciones, el presente libro, sin duda harto defectuoso, pero inspirado en altos conceptos de ética y estética. Creí hacer obra de cultura... Y desgraciadamente no tuve tiempo de corregir los originales, y ni siquiera las pruebas de la primera edición, aparecida el año pasado en Barcelona; de ahí que se me deslizaran imperdonables errores...

El significativo éxito de librería que tuvo esa primera edición, a pesar de sus errores, me hacen pensar que hay materia en la novela para constituir con ella una obra estable de nuestra incipiente literatura nacional. Por esto he creído un deber enmendarla y mejorarla, limpiándola de muchos defectos... Y así la entrego a la BIBLIOTECA DE "LA NACIÓN" para que la difunda, llenando, si cabe, el modesto fin con que fue escrita.

Carlos Octavio Bunge.

Buenos Aires, Agosto 1º de 1904.

 

 

 

 

 

 

PRIMERA PARTE

¡Aleluya! Terminada la ceremonia nupcial en el templo de Nuestra Señora de la Merced, en la noche del 18 de Septiembre de 1835, despedidos en la sacristía los muchos parientes y los pocos amigos, Regis y Blanca, los recién casados, llegaron, en la amplia carretela de familia, a su nido de novios.

Ella era una alma blanca y erguida como un lirio; él, una imaginación soñadora hasta el arrebato y un temperamento nervioso hasta la neurosis. Pasionista de Musset y de Byron, miembro de una generación de poetas, se había formado del matrimonio un concepto de elevada idealidad. Refundía en ese concepto el romanticismo de la época, su delicadeza idiosincrásica y el carácter sacramental que dieran al acto sus abuelos, hidalgos de Castilla.

Bajó las gradas del altar resuelto a mantenerse reservado hasta el supremo instante de la soledad, la sombra y el silencio; y como se sentía impulsivo, y entonces más que nunca, no queriendo exponerse a romper esa pasajera abstención durante el trayecto del templo hasta la casa, sus pupilas fosforescentes de amor, huían de las de su esposa... Temía que una mirada, una sola mirada, juntase las manos y los labios, dando en tierra con sus preconcebidos propósitos... Y había cierto encanto acre, cierto refinamiento de esteta en esa reserva, en la prolongación de la espera, espera que, por instantes, iba haciéndose penosa, más y más penosa, con todos los apremios de la angustia física... Ella, comprendiendo a medias esas sutilezas de poeta, era tal vez la que más sufría, contenida por su antigua altivez de patricia.

Diríase que se habían visto tanto, que se habían dicho tantas y tantas cosas durante el noviazgo, que ya nada tuvieran que decirse, ni con los ojos ni con los labios... Así vinieron todo el camino, cada cual en su rincón, sin mirarse, sin hablarse, en una atmósfera cargada, como si temieran romper aquella quietud, precursora de las grandes tormentas. Él miraba los ojos entreabiertos, por la ventanilla, sin verlo, el panorama de la noche sobre la ciudad dormida; ella se mordía impaciente el labio con sus dientes, blancos y cortantes.

Cuando ya la exasperación de la demora iba a estallar en un doble grito, casi en un doble sollozo de amor, el carruaje se detuvo ante una casita castamente blanqueada, de techo de teja, con un primer patio español, lleno de tiestos floridos. Habían llegado. Apeáronse. Ella entró la primera y desapareció en el zaguán angosto y obscuro; él despacho al cochero, se enteró de que todo estaba en orden con una rápida mirada al patio, y mandó al criado mulato que les había esperado, que cerrara la puerta de la calle y se acostase. Luego, siguió a su esposa al interior de la casa.

Quedaron solos -¡al fin solos! -en una antesalita débilmente iluminada, de una puerta, por la luz de unas bujías que, en dos candelabros de maciza plata del Brasil, ardían en el cuarto contiguo, el dormitorio. Del patio, por otra puerta abierta, entraban el silencio de la noche, el resplandor del plenilunio y el aroma de unas florecidas matas de sangrientos claveles de Andalucía. Ella arrojó el velo y la corona de azahares sobre un sillón; él, el sombrero, el abrigo y los guantes. Ambos, la una con las manos apoyadas en una consola, el otro con las suyas en el respaldo de una silla, quedaron de pie, frente a frente, pálidos de emoción, la respiración suspendida; ella casi llorosa, él casi triunfante, los ojos en los ojos... Tales dos gladiadores que fueran a embestirse en la arena del circo.

Y como si de súbito estallase una chispa magnética, atraídos el uno hacia el otro, cayo ella sobre su pecho pasándole los brazos en derrededor del cuello; él le tomó rudamente entre las manos la deliciosa nuca... Sus miradas se confundieron en un relámpago de pasión; y sus afinidades electivas, tan largo tiempo contenidas durante el noviazgo, se sellaron sobre sus labios, que se buscaban ansiosamente en el primer beso libre, franco, sonoro, dado sin temor, sin testigos, ¡casi con ira! ...

... Cuando de pronto llegó a sus oídos la explosión de un tumulto, del amenazador tumulto de una patrulla rosista, que vociferaba sus mueras contra "los salvajes unitarios", ahí no más junto a las ventanas ... Al oirla, en un movimiento de instintivo terror, se separaron...

-Gritan porque no hemos invitado a Rosas -observa Regis. -No es nada... Voy a verificar si están bien cerradas la puerta de calle y las ventanas.

Así lo hizo, mientras la federal patrulla se alejaba, habiendo sembrado ya su venenosa semilla de inquietud. Quedaron otra vez los novios frente a frente, dispuestos a no comentar el susto, aunque les pesara como una sombra sobre las almas. Iban a renovar el éxtasis... y los interrumpió bruscamente el insólito ruido de un reloj que, en la vecina pieza, daba la hora.

Quizás porque lo dejara sobreexcitado y predispuesto el vocerío de la patrulla, sonáronle a Regis los golpes como mazazos en el cráneo... Y en aquel instante en que iban a arrojarse, el uno en brazos del otro, separáronse otra vez, ella con la mirada baja, como avergonzada; él con los dientes apretados, como ofendido. Diríase que entre ambos habíase interpuesto un espectro.

Blanca, fruncido el ceño, ligeramente sonrosada, el busto echado hacia atrás, contó las campanadas.

-Una... dos ... tres... seis... once. ¡Son las once!... ¡Qué tarde hemos llegado!

 
Páginas (1)  2  3  4 
 
 
Consiga La novela de la sangre de Carlos Octavio Bunge en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
La novela de la sangre de Carlos Octavio Bunge   La novela de la sangre
de Carlos Octavio Bunge

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2024 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com