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Donde se van conociendo poco a poco la fisonomía y la patria de los personajes.

- Sin embargo, es preciso convenir en que la, vida tiene cosas buenas, dijo uno de los convidados que tenía los codos sobre los brazos de su asiento de respaldo de mármol y estaba chupando una raíz de nenúfar con azúcar.

- Y malas también, respondía, entre dos accesos de tos, otro que había estado a punto de ahogarse con una espina de aleta de tiburón.

- Seamos filósofos, dijo entonces un personaje de más edad cuya nariz sostenía un enorme par de anteojos de grandes cristales, montados sobre armadura de madera. Hoy corre el riesgo de ahogarse y mañana todo pasa como pasan los sorbos de este suave néctar.

Esta es la vida, ni más ni menos.

Esto diciendo aquel epicúreo de genio acomodaticio, se bebió una copa de excelente vino tibio, cuyo ligero vapor se escapaba lentamente

de una tetera metálica.

- A mí, dijo otro convidado, la existencia me parece muy aceptable cuando no se hace nada y se tienen los medios de estar ocioso.

-¡Error! Repuso el quinto comensal. La felicidad consiste en el estudio y en el trabajo. Adquirir la mayor suma posible de conocimientos es buscar la dicha...

- Y llegar a saber que en resumidas cuentas no se sabe nada.

-¿No es ese el principio de la sabiduría?

-¿Y cuál es el fin?

La sabiduría no tiene fin, respondio filosóficamente el de los anteojos. La satisfacción suprema sería tener sentido común.

Entonces el primero de los comensales se dirigió al anfitrión que ocupaba la cabecera de la mesa, es decir, el sitio más malo, como lo exigen las leyes de la cortesía. El anfitrión, indiferente y distraído, escuchaba, sin decir nada, aquella disertación ínter pocula.

Veamos, ¿Qué piensa nuestro huésped de esas divagaciones entro copa y copa? ¿Encuentra la existencia buena o mala? ¿Está en favor o en contra de ella?

El anfitrión estaba comiendo negligentemente pepitas de sandía y se contentó, por toda respuesta, con adelantar desdeñosamente los labios, como hombre quien no interesa la conversación.

-¡Pse! Dijo.

Ésta es la exclamación, por excelencia, de los indiferentes. Dice todo, y no dice nada; es propia de todas las lenguas, y debe figurar en todos los diccionarios del globo; es un gesto articulado. Los cinco convidados a quien daba de comer aquel aburrido personaje le estrecharon entonces con sus argumentos, cada uno en favor de su tesis. Querían, de todos modos, saber su opinión. Al principio, se negó a responder; pero, al fin, concluyó por decir que la vida ni era buena, ni era mala. A su entender, era una invención bastante insignificante y, en suma, poco agradable.

- Esa opinión pinta a nuestro amigo.

-¿Y cómo puede usted hablar así, cuando ni una hoja de rosa ha turbado jamás su descanso?

-¡Y cuando es joven!

-¡Y cuando, además, tiene buena salud!

-¡Y cuando, sobre todo, es rico!

-¡Muy rico!

-¡Riquísimo!

-¡Demasiado rico, tal vez!

 
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