Cuando vio que, a fines de Diciembre el cielo continuaba azul,
como un palio de seda azul, que las hojas no se ponían amarillas, y que
las mismas enormes flores color de fuego brillaban en los árboles; cuando
vio que los pájaro-moscas, con diamantes en la cola y oro en las alas
seguían zumbando en torno de las flores; cuando comprendió, por
fin, que a pesar del calendario el gran calor persistiría, y el invierno
no iba a llegar, el pequeño Friquet se sintió invadido por el
fastidio, y sentándose al pie de, un árbol del que caían
bananas ya maduras, exclamó:
-¡Qué horrible país! ¡Otro año
sin nochebuena!
El niño, ya que hay que decirlo todo, era hijo de un
pobre desterrado; había seguido a su padre al destierro, y aunque una
feliz casualidad los hubiese arrojado al país más hermoso del
mundo, echaban de menos su Francia que para ellos era el país más
bello.
Al acercarse Navidad, sobre todo, el bueno de Friquet
sentía redoblar su tristeza.