PRÓLOGO
Estimada profesora:
He estado una vez mas discutiendo los textos que le envío, con
aquel muchacho que tuvo la deferencia de atender en su casa hace unos años. Por
entonces, el joven en cuestión, que tenía de la Facultad de Letras la larvada
opinión que los venidos a menos tienen por una viuda adinerada, golpeó a su
puerta con la intención de manifestarle, como quien confirma una anunciación
bíblica, la determinación de abocarse al estudio de la literatura.
No voy a extenderme en la descripción azarosa de los
contratiempos, las nostalgias y silencios que sorteó, hasta relatarme la filosa
respuesta con que Ud. cortó de un tajo su ambiciosa pretensión, recurriendo a la
amenaza profética de que correría el riesgo de no poder escribir jamás nada, si
se inmiscuía en el laberíntico y áspero mundo de la crítica.