Primitiva desnudez
Ya, ya, ya, que llega tarde. Paula se baja del taxi y corre con
la mirada puesta en la puerta de la clínica. Tropieza y trastabilla hasta
encontrarse en el piso, en cuatro patas. Antes de llegar al piso intenta
aferrarse al cinturón del jean de un hombre que sale del caserón de al lado de
la clínica. El hombre la ayuda a levantarse, Paula lo mira mientras piensa en
esa pequeña pecera ovalada ubicada en la biblioteca de la casa de su novio. Una
pequeña pecera ovalada con un solo pez, rojo, dentro, flotando de día, de noche,
de tarde, de madrugada. Paula se para frente al hombre, que no dice nada y se da
vuelta para cerrar la puerta de esa casa. Unos perros ladran en el interior. Los
ladridos hacen eco en un largo pasillo. El hombre termina de cerrar la puerta,
se pone un bolso de gimnasia al hombro y camina hacia la esquina. Ella permanece
inmóvil, siguiendo con la vista al hombre hasta que este desaparece a la vuelta
de la esquina.
El hombre era muy atractivo, tanto que hubiera deseado que me
llevara con él. Estaba cansada de llegar tarde a todos lados, avergonzada de mis
tetas nuevas, extenuada de sentirme insatisfecha e incomprendida.
Paula se sienta en un sillón marrón. Hay otra mujer sentada en
la sala que habla por su celular. Paula queda absorta, una vez más, en el cuadro
colgado arriba de la cabeza de la rubia. Un cuadro donde todo un pueblo juega en
una plaza. La mujer atrás del escritorio se levanta, desaparece por el pasillo y
vuelve a aparecer unos segundos después. Por aquí por favor, le dice la mujer a
Paula, que se levanta y la sigue por el pasillo. La madera cruje a sus pies.
Pasan a la derecha cuatro puertas, en la quinta entran. Víctor ya viene, dice la
mujer antes de dejarla sola en esa habitación de techos altos y paredes
angostas. Paula camina entre la mesa ratona de vidrio, la silla y la camilla. Se
sienta en la silla y prende un cigarrillo.
Toda la gente de ese cuadro tenía un claro propósito: jugar en
la plaza. En cambio ahí estaba yo, con novio, familia, trabajo, esperando que me
masajearan las tetas, fumando ese cigarrillo como si fuera el último antes del
gran colapso.