CUARTA PARTE
I
Los Karenin, marido y mujer, seguían viviendo en la misma casa
y se veían a diario; pero eran completamente extraños entre sí. Alexey
Alejandrovich se impuso la norma de ver diariamente a su esposa para evitar que
los criados adivinasen lo que sucedía, aunque procuraba no comer en casa.
Vronsky no visitaba nunca a los Karenin, pero Ana le veía fuera
y su esposo lo sabía.
La situación era penosa para los tres y ninguno la habría
soportado un solo día de no esperar que cambiase, como si se tratara de una
dificultad pasajera y amarga que había de disiparse sin tardar.
Karenin confiaba en que aquella pasión pasaría, como pasa todo,
que todos habían de olvidarse de ella y que su nombre continuaría sin
mancha.
Ana, de quien dependía principalmente aquella situación y a
quien le resultaba más penosa que a nadie, la toleraba porque, no sólo esperaba,
sino que creía firmemente que iba a tener un pronto desenlace y a quedar clara.
No sabía cómo iba a producirse tal desenlace, pero estaba absolutamente
convencida de que ocurriría sin tardar.
Vronsky, involuntariamente sometido a Ana, confiaba también en
una intervención exterior que había de zanjar todas las dificultades.