Fin


Primera página : Turandot: el último enigma de Puccini cumplió los 85 (y no los representa)

Lunes 01 de Agosto de 2011
Turandot: el último enigma de Puccini cumplió los 85 (y no los representa)

Por María Laura Sánchez

En las afueras del Palacio Imperial, un mandarín da lectura a un decreto ante el pueblo congregado, señalando que la princesa Turandot sólo se casará con el príncipe real que sea capaz de resolver las tres adivinanzas que ella le proponga. El fracaso supone la muerte, y esta es la pena que aguarda el príncipe de Persia, que no ha podido dar respuesta correcta a las adivinanzas. La multitud pide la sangre del príncipe y va hacia el Palacio, llamando al verdugo.
Y los esclavos del verdugo cantan:

Engrasa, afila, que la hoja brille
y que brote sangre y fuego.
El trabajo nunca falta
donde reina Turandot.
¡Muerte! ¡Muerte! ¡Muerte!

Así comienza Turandot, la gran ópera inconclusa de Giacomo Puccini que encierra para siempre una de las anécdotas más emblemáticas de la historia de la música.

Se dice que el compositor tuvo un oscuro presagio: "La obra será presentada incompleta —dijo— y alguien avanzará sobre la escena para decir: ‘En este momento el maestro ha muerto".
La muerte de Liù, esclava de Timur, es la última escena que escribió Puccini. La ópera fue completada por su alumno, Franco Alfano, y estrenada el 25 de abril de 1926 en La Scala de Milán, la catedral del arte lírico. El director fue Arturo Toscanini. En la mitad del acto tercero, la orquesta se detuvo. Toscanini tomó la partitura entre sus manos, se volvió al público y dijo: "Qui il maestro finí (aquí terminó el maestro)". La profecía se había cumplido y, en cierta manera, se trataba del fin de la Ópera con mayúsculas, como muchos especialistas sostienen. Las representaciones posteriores incluyeron el final compuesto por Alfano.

El Lejano Oriente estaba en boga en la época de Puccini, y en Turandot se nos muestra al genial maestro sirviéndose de los avances modernos en el drama y la armonía, y utilizando las técnicas operísticas alemanas e italianas. Como en todas las óperas del compositor, se conjugan el melodrama intenso de la ópera verista con el extraordinario legado lírico de Giuseppe Verdi. Todo esto, acompañado por un suntuoso sonido orquestal y espléndidos contrastes líricos, la paleta necesaria para pintar con los más relevantes colores la perversidad, la esperanza y el amor en el tiempo de las fábulas.

Basada en la tragicomedia de Carlo Gozzi, Turandot es considerada el último drama romántico tradicional y es asimismo la primera ópera pucciniana de ambientación fantástica. Puccini ya había compuesto una ópera que transcurría en Oriente —Madama Butterfly—, pero aquí la China toma forma de un país fantasmagórico, atestado de sangre y de barbarie, con apariciones, voces, princesas, máscaras y verdugos. Pero no sólo el exotismo caracteriza a esta ópera, sino que el tratamiento del coro adopta una particularidad muy especial. Ya no es un elemento secundario como en obras anteriores, sino que es totalmente protagónico, constituyendo escenas de gran opulencia sonora y majestuosidad.
Sin duda, el carácter principal del primer acto de la ópera es la crueldad. De manera rápida y violenta, se nos presenta el lugar donde transcurre la acción: Pekín, el reino de Turandot, "la bella princesa blanca como el jade y fría como la espada", según la describirán los esclavos del verdugo.
Turandot es un cuento de hadas simbolista, y el simbolismo de la noche es convocado desde que se abre el telón: la noche tiene un protagonismo especial durante el transcurso de toda la ópera. Es el escenario donde cercenan los verdugos las cabezas de los príncipes enamorados, donde Turandot aparece como una visión, gélida e inhumana, inconmovible ante los acontecimientos feroces que ella misma provoca. Bajo la luna también se definirán el destino de la princesa y de su enamorado, el príncipe Calaf.

Turandot tiene un ambiente de fábula en sus decorados, y por tanto la puesta en escena es soberbia: los temas brillantemente elaborados por el músico evocan una exótica sonoridad oriental, con melodías ceremoniales. La atmósfera es sombría y atroz, y en el escenario ornamentado con toda la pompa imperial, el gong tiene un rol decisivo: anuncia el fatal destino de los hombres.
Recién en el segundo acto cantará por primera vez Turandot. Aquí el tema dominante es la esperanza. El enunciado de los acertijos y las respuestas de Calaf, en el ritual macabro de la princesa, provocan una hipnosis mágica en el espectador. La personalidad de este príncipe ignoto ostenta ricos matices. De carácter noble, posee gran valentía e inteligencia, y su anhelo es derrotar la fría y defensiva actitud de la princesa. Será el único pretendiente capaz de descifrar los tres enigmas: ya no habrá manera de quitar la vista —ni los oídos del alma— de este conflicto al cual se enfrenta Turandot, que reniega de cumplir lo prometido.
Dentro de tanta atmósfera china, el compositor introduce las maschere, para preservar un elemento italiano: una reminiscencia de la Commedia dell’arte. Y estas tres máscaras son Ping, Pang y Pong, los ministros de Turandot. Con su humor siniestro, le advierten al príncipe sobre lo que le sucederá si se presta al sangriento juego de Turandot y tratan de disuadirlo de su propósito. En ellos, la esperanza se transmuta en sueños lejanos en los que ansían preparar bodas y no ejecuciones, lechos nupciales en lugar de cadalsos. Desean un reino de paz y de amor. Sus roles evolucionan desde lo macabro hasta un sentimiento de ternura y de congoja ante la muerte de Liù.

A poco de empezar el tercero y último acto, se aprecia la pieza más destacada de la obra, una de las arias para tenor más famosas: "Nessum dorma". Irrumpe como un rayo de virilidad y lirismo en la oscuridad de la noche y de la trama, y así señala el clímax musical.
Más adelante, y luego de su tortura, acontece la muerte de Liù, quien simboliza el estado del alma pura, el amor que deviene en sacrificio y horrendo desenlace. Entonces Calaf desafía a la princesa: "¡Princesa de muerte! ¡Princesa de hielo! ¡De tu trágico cielo desciende ya a la tierra!"
Y aquí se evidencia la evolución espiritual de la princesa: al principio de la historia era tan sólo una visión helada, tan lejana como la luna y tan perversa como mil enemigos juntos. Ahora aparece enamorada y débil. Cuando se desmorona, adquiere una presencia material en la tierra.
"Su nombre es… Amor", exclama la princesa hacia el final de la ópera. Ha vencido Calaf… y ha vencido el amor. Y por supuesto, es el amor el fin último de esta ópera maravillosa.

Algunos de ustedes se preguntarán, tal vez, ¿para qué ver ópera hoy? ¿Y por qué Turandot, a nada menos que ochenta y cinco años de su estreno? Vivimos en un mundo vacío, perecedero, donde todo es permutable y desechable. Y la ópera es inmortal, su belleza permanece a lo largo de los siglos. Al igual que la fotografía de una bella dama antigua, nos provoca la más honda fascinación. Ella nos devuelve un poco de la esencia humana, aquella que necesita del arte para poder vivir soñando. Y Turandot es la ópera por excelencia que los hará soñar. En ella, la música, las artes escénicas, la iluminación, el maquillaje, los vestuarios y la trama son elevados a su máxima expresión de magia y de belleza. Constituyen poesía en movimiento. En Turandot hay maldad, sadismo, venganza, odio. Pero también hay amor, esperanza, nobleza y sacrificio. La obra entera simboliza la victoria del amor por sobre el odio, el triunfo de la bondad sobre la maldad más extrema. Encarna la esperanza por sobre el más amargo fin.
Turandot nos enseña que ni aún en una fábula, acontecida en un tiempo remoto, el odio ha triunfado jamás por sobre el amor.
Y acaso el último y gran misterio de Turandot sea justamente cómo logra seducirnos a casi un siglo de su estreno, cautivarnos por siempre en un cuento de hadas del que difícilmente podamos salir sin ver concluido el final. Porque en algún lugar, oculto entre amarillentas partituras, arde el hechizo que Puccini dejó —como un enigma inconcluso—, para que no podamos dejar de ver y admirar esta maravilla en cada nueva representación.

 
Publicado por Nomi Pendzik a las 13:54