Fin


Primera página : Peste y política en Edgar Poe: dos visiones

Miércoles 10 de Marzo de 2010
Peste y política en Edgar Poe: dos visiones
La peste humana

Por Gladis López


Parece ser nomás que, en todos los períodos de toda la historia, es difícil engañar a la verdad. Y al destino. Parece ser nomás que ambos se hacen los distraídos por un tiempo, un tiempo más largo o más corto, sólo para reforzar un poco la omnipotencia de los hombres y provocar una caída más dolorosa.

Contándome dentro del género humano, pero en categoría simple, lo que más me cuesta aceptar es ese tiempo. La aceptación del tiempo es cosa de sabios.

Porque mientras dura la felicidad de los corruptos y de los poderosos, todos los demás quedamos sin protección. Y pagamos las consecuencias.

No seré muy original si enumero similitudes entre el cuento escrito por Poe 'La máscara de la muerte roja' y nuestros días. Hace mucho que renuncié a ser diferente.

Sospecho que, en su amurallado castillo, el soberano tenía agua y alcohol en gel. Y las máscaras eran en realidad un juego para ocultar los barbijos. Seguramente no le habrá sido difícil encontrar seguidores incondicionales para el proyecto. Habrá bastado con una breve campaña publicitaria, pagada con el trabajo del pueblo, sobre los beneficios de ese encierro transitorio.

Sólo que en este caso el encierro transitorio se les convirtió en un encierro definitivo a las pocas horas.

La ilusoria y maravillosa ventaja del cuento, de todos los cuentos, es la inmediatez. Y a los malos se les ve el piolín en la tercera o cuarta página. Aunque no paguen consecuencias como en éste.

En un ataque de momentáneo infantilismo, con pensamiento mágico incluido, propongo un cuento para leer en estos días de pestes humanas.

Se desarrolla en un pueblito de Chaco o de Santiago del Estero, y a partir de una engañosa campaña publicitaria, hemos logrado encerrar en él a todos los poderosos del mundo. Quedan solos y aislados, sin agua y con frío. No los amenaza la peste roja ni de ningún color. Sólo deberán descubrir a las pocas horas que hay un infiltrado, uno diferente, que no se queja ni blasfema por la situación.

Cuando lo atrapen podrán comprobar que es real, de carne y hueso, con poca ropa y pocos dientes. Y con dos enormes ojos sorprendidos.

Y cuando le pregunten, responderá:

—Ustedes nunca me habían visto pero yo siempre estuve. Antes éramos más: los más chiquitos y los viejos se murieron. El resto se fue. Sólo yo quedo, aunque mi tiempo aquí se acaba.

Y ahí terminaría el cuento.


Construcción del ambiente en
'La máscara de la muerte roja', de Edgar Poe

Por Alejandra Vaca


En esta época tan llena de despreocupados que se creen a salvo de todo, no vendría mal que algunos políticos leyeran 'La máscara de la muerte roja'. Allí, se retoma un clásico tema medieval presente, por ejemplo, en el Decamerón: un grupo de nobles se encierran para aislarse y escapar de la peste que, afuera, arrebata vidas incansablemente.

En el relato de Poe se establecen, por lo tanto, dos espacios: el Afuera (signado por la muerte y la desolación) y el Adentro (el ámbito de la seguridad y la diversión, del placer, la 'Belleza' y los excesos. Tal vez, también, el lugar del Arte).

Pero entonces: si los jóvenes están a salvo, si la muerte es algo que les sucede a los otros, si los nobles mismos no se preocupan sino que gozan de fiestas y de bailes... ¿Cómo consigue Poe crear tanto terror, transmitir tanta incertidumbre? Gracias al uso magistral de ciertos elementos narrativos. Puesto que se trata de un cuento con relativamente poca acción (los nobles se encierran, hacen una fiesta, mueren alcanzados por la muerte roja), la minuciosa descripción del ambiente es fundamental. Las siete habitaciones de siete diferentes colores (número simbólico) permiten dar una idea de la inmensidad del lugar. La habitación negra con las cortinas púrpura nos recuerda los estigmas de la muerte roja y nos acerca a lo sobrenatural. Poe utiliza los colores, así como el juego de luz y sombras, para crear un ambiente fantasmagórico: 'se erigía, frente a cada ventana, un pesado trípode cargando un brasero de fuego (...) se producía una multitud de apariencias vistosas y fantásticas (...) en la recámara negra el efecto de la luz (...) producía una visión salvaje sobre los semblantes de quienes entraban'.

El reloj negro de ébano, además de ser un elemento fundamental que vuelve al final y colabora con la unidad del relato, le permite a Poe utilizar el sonido como otro factor para crear ambiente. ¿Qué más tenebroso que sus graves campanadas para recordar el paso del Tiempo y, con él, la Muerte? Hasta los músicos dejan de tocar cuando suenan, y los bailarines detienen su danza. La alternancia música-reloj-música-reloj permite que las campanadas se carguen de sentido y que el terror que infunden a los personajes se transmita al lector que intuye (sabe) que algo va a pasar.

Son tan importantes, tan fuertes y significativos estos elementos, que a Bradbury le alcanza con nombrarlos en Usher II para que el lector identifique inmediatamente el cuento.

Preparado todo esto, sólo queda el clímax de la fiesta de disfraces y la aparición de la figura enmascarada. Esa situación excepcional, en la que nadie es lo que parece, y la imagen exterior oculta la verdadera identidad, es la más adecuada para que se produzca la intrusión del 'afuera' en el 'adentro', de la Muerte en la fiesta. Para la Muerte Roja no hay interior/exterior: sólo es un disfraz que se diluye cuando intentan tocarlo, no se oculta nada tras la máscara, no existen diferencias entre nobles y plebeyos.

A diferencia de las fábulas medievales, del Decamerón, en el relato de Poe los jóvenes no logran escapar de la peste. Y el reloj de ébano deja de sonar porque la Muerte es el fin del Tiempo, y más allá no queda nada.
 
Publicado por Nomi Pendzik a las 13:25