Fin


Primera página : Cuando se cree en el dolor. Una lectura del Hospital de veteranos de Paulina Vinderman

Domingo 26 de Noviembre de 2006
Cuando se cree en el dolor. Una lectura del Hospital de veteranos de Paulina Vinderman

I. El nuevo libro de Paulina Vinderman (Buenos Aires, 1944) es una potente obra en la que abundan delicadeza y audacia para trabajar sobre las pérdidas y la desazón, como pocos poetas son capaces de hacerlo.

Segundo premio ?Régimen de fomento a la producción literaria nacional? por el Fondo Nacional de las Artes, Hospital de veteranos (Alción Editora, Córdoba, 2006) es, desde su mismo nombre, un libro que nos invita a creer en el dolor como catarsis creativa, como cauterización de la herida poética. Ya desde el epígrafe de W.H. Auden que abre una de las partes del libro se nos advierte: ?Believe your pain?, y se nos introduce en el viaje de escape de esta poeta mayor de las letras argentinas.

Cuando se juega con el dolor hay que tener en claro la estrategia a seguir, para no caer en los caminos más sencillos. La estrategia es clara, directa. La forma de encarar el dolor es a través de la distancia. El dolor soy yo, parece decir la poeta, pero es necesario escapar hacia otros lugares para poder verlo. Contemplarlo desde afuera. Escribe Paulina: ?Soy una cámara disfrazada de mujer, / lo he olvidado todo menos este desvelo. / Me reduzco unos centímetros hacia la noche / y en mi diminuta habitación / me convierto en una tierra que sueña.?

 

II. Hospital de veteranos es un libro que intenta establecer una pausa en el tiempo como un viaje interminable por lo deshabitado, por el dolor y la desazón de la pérdida. Aquella pérdida que, sin embargo, es un constante movimiento tratando de encontrar la luz que calme la herida.

¿Qué es lo que se ha ido? ¿La vida, el padre, las horas?

No. Lo que se ha marchado es la poeta. En un viaje por diferentes moradas, intentando describir las sensación de un partir que lucha cuerpo a cuerpo con la experiencia de estar afuera de un hogar tan quebradizo como el vidrio.

Nos dice Paulina Vinderman desde los últimos versos del poema que abre el libro: ?Sé predecir la herida, / pero nada puedo hacer salvo escapar.? Anticipación del viaje. Saber que es necesario escapar, huir de ahí, y la inevitabilidad de la vida que se nos va. ?Las pérdidas / (desfallecimiento y promesa) / me hacen remontar la pena y el amanecer / como palacios que se abandonan por el frío.?

 

III. El poemario se divide en dos partes: la primera se titula Pisadas sobre el vidrio, y luego la que da nombre al libro, Hospital de veteranos.

La primera está construida a través de estos viajes exploratorios del dolor propio, en donde la desazón y lo inevitable se entrecruzan con la metáfora acuática y el pequeño detalle, como sinónimos de la esperanza.

?El tarareo del mar llega hasta mi hamaca / y el salitre hasta la máscara / de mi pobre memoria.? Es a través del detalle del mar, del río, de la corriente, como la poeta respira, imagina la posibilidad de un nuevo día, de un nuevo viaje.

?Hoy vino la muerte. Desandamos juntas / el sendero hasta el cruce. / Es turbia y neutral, como el río, / como mi tazón de aluminio, como mi corazón / que es todo río.?

Poesía de una sobreviviente a los días que pesan como piedras cada vez más grandes. Como trabas que se aferran a los pies para impedir su vuelo. ??un hotel tan ruidoso como mi alma / antes del viaje?; ??llego a los pueblos al atardecer. / Cuando suena alguna campana de iglesia, se vacían / las calles y los pájaros ya alisaron sus plumas de dormir?. Los viajes son la posibilidad de salir de la gran ciudad, son los pequeños pueblos, los detalles a través de los cuales construye los versos. ?Esta es una ciudad mediterránea y extraño el mar?; ?En este lugar la soledad se llama adobe / y los colores salvajes de los muros no la disimulan?.

La poeta escapa a los márgenes para poder ver los detalles. Y estos detalles le permiten mirar desde afuera, observar las marionetas de la cotidianeidad tomando distancia de ellas. Es una descripción constante qu e t ransita entre las pequeñas cosas que encuentra en estos lugares, y el recuerdo de lo que ha quedado atrás.

¿Un viaje sin retorno o la posibilidad de una pérdida? ¿Qué es lo que queda en el fondo de tanto dolor?

La memoria, ese puerto huérfano que la vio nacer. Ese último resabio de esperanza, esa luz, que brilla como la intermitencia de las luciérnagas iluminando una ciudad de la que ya no forma parte. ?Mi dolor, es el suave tejido del algodón / que mamá zurcía por las tardes, mientras huía de mí. / ¿Viste alguna vez a un ciervo extraviado en un majal? / Sus ojos más dulces que nunca, por la humedad / donde se escurre la ausencia: / el humus del bosque, la memoria.? Una luz dond e todo es posible, hasta recomenzar.

 

IV. ¿Qué es un hospital? ??una isla de detención / (rodeada por un mar que no vemos).? En esta isla, Paulina hilvana su juego poético como una epigrafista del dolor ?la manera en que la poeta se describe a sí misma?.

La segunda parte del libro se abre a nosotros como una experiencia única e imborrable. Centrada en dos figuras, la pérdida y el padre, Paulina recorre la experiencia hospitalaria desde la forma de una narradora omnisciente en la lentitud de la despedida, como si fuese ella misma el universo en el qu e t odos logramos reconocernos.

La experiencia paterna es una para cada uno. Sin embargo, algo está claro: cuando perdemos a un padre, una parte de nuestra identidad se quiebra. ?El amanecer está en un punto muerto, / suspendido por una memoria que semeja un barco / sin mascarón de proa. / (Igual que mi vida).? La figura paterna, como mascarón de proa, como tótem, como figura de identidad, desaparece y entonces somos nosotros los qu e t omamos su lugar para guiar nuestra propia vida.

La poeta es presente y pasado. Es recuerdo. Su vivencia es la de la voz que en su calma, reclama y comprende, describe, experimenta la pérdida. ?Heredé tus huesos y tu testadurez, / pero no tu miedo: ese foso en el cual hemos / nadado como perros sin dueño toda una vida. / (?) / ?sé que te irás pronto, llevándote el foso, / el hermano que no tuve, ?el secreto? donde / construí a tientas, a pinceladas de acuarela, mi valor.?

Poco queda por decir: escuchar sus palabras, intentar seguir el vuelo de esta poesía que nos inunda y transporta con su propio itinerario, con su agenda de vida aferrada en cada verso. ?Soy el guardián de mi padre, el guardián / del lenguaje, títulos nobiliarios sacudidos / por el temporal.? Síntesis adelantada del libro, la poeta toma en sí misma, la guardia del recuerdo y la memoria de su padre, que es la suya, y del lenguaje, que es lo que le queda.

Si en la primera parte necesitó escapar a los márgenes para comprender su soledad y ver, desde afuera, a ella en la gran ciudad, la segunda parte se centra en la experiencia inversa. Vuelve al centro, al más profundo de los centros, el hospital donde su padre transita por última vez. Sin embargo, esa es la excusa, su excusa. Ella lee el recuerdo desde adentro hacia fuera, hacia el hombre ?su hombre? que junto a ?un vaso y una flor? duerme, explicándole, en ese gesto que falta, que él no las mirará jamás, que la vida es para ella, y todavía debe serlo.

Emmanuel Levinas escribió que la libertad está en el sufrimiento, no en la muerte. Paulina Vinderman parece llevar estas palabras a su extremo y consigue, desde la experiencia del dolor, la libertad creativa que hace de este poemario una obra digna de admiración, en esta tierra tan desolada de poesía.

 

13

El enfermero en jefe me entrega tu anillo

(tu anillo de boda)

y camino después por los corredores apaciguados,

entre las fogatas,

con una estrella amarilla sobre el corazón.

 

No volveré al hospital.

 

Me demoro en las pobres lámparas

del subsuelo, las pobres lámparas que

desde ahora serán toda mi luz sobre el

libro a leer: miles de hojas con letras tan apretadas

que no pueden cantar.

Buscaré la Liebre, en el cielo sin nadie,

buscaré en la noche tu pueblo.

Mi manera de aproximarme al mundo

cambiará.

Mañana, soledad, palabras que se vuelven

jeroglíficos.

 

Te escribiré.

 

 
Publicado por Emmanuel Taub a las 07:00