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Capítulo 1
El día después



¿Por qué preguntarse por el día después? Porque el cambio que produce la vivencia de un duelo es difícil y compleja. Ya nada es igual. Porque falta un integrante de una familia que se construyó —con mucho esfuerzo y cariño—, durante muchos años.
Lo más difícil fue dejarte ese 18 de junio de otoño, en un lugar que no era tu lugar: en el cementerio. En un panteón de la familia de tu esposo, junto con otros familiares muertos hace muchos años atrás. ¡Qué curioso ese lugar! Ahí también yacía otra mujer joven —tía de tu marido—, fallecida a los veintiséis años.
Eso me llevó a pensar en una tragedia que venía de años atrás. No lo entendía muy bien, pero lo cierto es que ahí te dejamos. Dejamos.
¡Qué palabra tan complicada! ¿Quién quiere dejar a una hija en un lugar tan silencioso, tan desprovisto de vida y tan alejado? Peor aún para nosotros como familia, porque no era nuestro lugar de origen.
Yo solo sé que había muchas flores y mucha gente que nunca conocí y tampoco me interesó saber quiénes eran. Yo solo sabía que, a pesar de todo ese dolor, tenía que acompañarte hasta el final como lo hice, pero ya nada fue igual.
Fue empezar a transitar un camino diferente. ¿Por qué diferente? Porque a partir de ahí, empecé a sentir la muerte como lo más cercano —cuando siempre pensé en mi propia muerte, pero no en la de una hija mía—, parecía como que había un giro en la historia familiar y también aparecían sentimientos diferentes.
Lo que antes importaba empezó a importar menos, por ejemplo las cosas materiales. Es como que uno siente que en su mente algo ha cambiado —aunque no para bien, si no para mal—, ya que el sentimiento que uno percibe es el del dolor si fin, con un destinatario ausente…
Todo cambió o se tornó diferente, hija. Fue el momento en que la vida me mostró la peor cara: la del dolor, de la impotencia al tener que tomar conciencia que había dado a luz a tres bellas hijas y ahora sólo tenía dos. Dos mujeres que tenían que enfrentar el sufrimiento de no tener ya una hermana y no poder compartir con ella sus proyectos... no poder verla más.
Durante todos estos años me he preguntado qué hacía yo en ese lugar lúgubre, frío, reservado para quienes ya habían cumplido su ciclo vital, pero no para alguien como vos, que recién empezaba a vivir y había constituido una familia con tres hermosos hijos.
Las preguntas que me hago se reiteran y se reiteran en forma constante: «Por qué, por qué a ella? ¿Por qué se enfermó? ¿Por qué no se pudo hacer nada y sólo en seis meses la perdimos?» Y resalto la perdimos. Porque todos la perdimos. Yo perdí una hija, sus hijos perdieron una madre —que no es poco—, sus hermanas perdieron a su hermana menor, su esposo a una compañera que había elegido para toda la vida.
Un psicólogo famoso dijo alguna vez: “Cuando alguien muere se lleva parte de nuestros sueños”.
Cuando vos vivía, hijita, yo creía en muchas cosas por las que después fui perdiendo el interés. También, ante tanto dolor e impotencia, perdí las creencias. A partir de ese momento se empieza a dudar de todo y se cuestiona todo. Ese antes y después tiene un significado especial porque es “la historia dada vuelta”, que es lo que sentí cuando estaba acompañándote al cementerio ese frío y desapacible 18 de junio de 2014. «¿Yo detrás del féretro de mi hija? ¿Por qué no fue al revés? —Me pregunté—. Sería lo natural».
En ese momento no sólo sentí la magnitud de la tragedia que estábamos viviendo, sino la injusticia de la pérdida de alguien que tenía todo por hacer y yo, como madre, que ya hice bastante, podría haberte dejado mi lugar...
Ahora somos distintos en todo: en lo que pensamos, en lo que sentimos, deseamos y hasta cómo somos físicamente. El cambio se nota. Tal vez porque como dijo Pablo Neruda: “Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos”.

 

 
 
 
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La Casita de July: Historia de un duelo de Susana Beatriz Albanesi Riberi   La Casita de July: Historia de un duelo
de Susana Beatriz Albanesi Riberi

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