- I -
En 1756, cuando Luis XV, cansado de las disputas entre la
magistratura y el Consejo Superior sobre el impuesto de los dos sueldos,
tomó el partido de mantenerse en un plano de justicia, los miembros del
Parlamento le devolvieron sus actas. Dieciséis de estas dimisiones fueron
aceptadas, recayendo sobre ellas otros tantos destierros.
-Pero ¿podríais ver -decía madame
de Pompadour a uno de los presidentes-, podríais ver con sangre
fría que un puñado de hombres se resistiese a la autoridad del rey
de Francia? ¿No os habría parecido mal? Despojaos de vuestra
investidura, señor presidente, y juzgaréis el caso como yo.
No solamente los desterrados sufrieron la pena de su
malquerencia, sino también sus parientes y amigos. La censura
epistolar divertía al rey. Para descansar de sus placeres, se
hacía leer por su favorita cuanto de curioso contenía la
correspondencia. Bien entendido que, bajo el pretexto de estar por sí
mismo en el secreto de todo, se divertía así con las mil intrigas
que desfilaban ante sus ojos; pero aquella que tocaba de cerca o de lejos a los
jefes de partido estaba casi siempre perdida. Se sabe que Luis XV, con todas sus
debilidades, poseía una sola fuerza, la de ser inexorable.