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A las seis de la mañana el termómetro señalaba 0,5º y con la misma rapidez que había descendido la temperatura durante la víspera, comenzó a subir a medida que avanzaba el día. A las siete y cuarto teníamos 2º a la sombra y 9º al sol, a las siete y media 4º y 15º respectivamente, a las ocho 8º y 18º respectivamente. No nos levantamos hasta las nueve y media pues el frío nos impedía la partida y nadie se atreve a trabajar antes de salir el sol. Para las personas que cinco días atrás habían soportado constantemente una temperatura de 35º a la sombra, la sensación de frío a 0º era tan intensa como si en Alemania debieran soportarse 10º.

Había llegado el momento de atravesar la cadena de Cungucaca. Escalamos su escarpada ladera meridional, cubierta de enormes pedregales. Muy pronto se acabó el camino y no pudimos continuar con nuestras cabalgaduras. El ascenso a pie fue bastante arduo y nos demandó una hora, pero tuvimos nuestra recompensa. Al llegar a la cima se desplegó ante nosotros en toda su longitud la cadena de Nevada de Santa Marta, inundada de resplandeciente sol, destacándose contra un profundo cielo azul con su maravillosa claridad. He ahí la meta principal de todo m¡ viaje. Con una altura regular de las crestas de 4.600 a 4.800 m se extiende soberana; sobresalen picos aislados de formas en parte abruptas, algunos cubiertos enteramente por un blanco manto de nieve, otros que sólo llevan nieve en los desfiladeros, las hendiduras y grietas ya que los empinados precipicios impiden su acumulación. En total, se cuentan ocho a diez picos nevados, unos grandes y otros chicos, entre los cuales descuellan dos en particular que se encuentran sobre una línea orientada de oeste a este. Entre las cumbres nevadas se extienden campos de nieve, y en la pendiente de uno de los picos reconocimos el juego de colores verde, azul y blanco de un pequeño glaciar. Aun cuando esta cadena ofrece sin duda un panorama de soberbia grandiosidad, no negaré que sentí cierta decepción, pues en realidad esperaba ver más nieve. Desde el mar y desde las sabanas del valle de César divisábamos la misma cantidad de nieve y por esta razón imaginamos que a una mayor proximidad la vista sería más imponente.

 
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En la sierra nevada de Santa Marta de Wilhelm Sievers   En la sierra nevada de Santa Marta
de Wilhelm Sievers

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