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Por fin, logramos escala,- el paso a las cuatro. La predominante a esa altura se compone de musgos y líquenes, además del típico frailejón, una especie de Espeletia de gruesas hojas carnosas, largas inflorescencias de flores amarillas de consistencia. lanosa. Allí, sobre la Sierra Nevada crece asimismo otra variedad que alcanza la altura de un árbol. El tronco llega hasta los dos metros, y la copa alcanza igual altura. De las ramas penden los frutos en racimo. Ni en Venezuela ni en Colombia he visto árboles de frailejón. Al parecer esta forma crece solamente en la Sierra Nevada de Santa Marta. A partir de 105 3.300 m hacia arriba, puebla todas las laderas de las montañas. El color blanco plateado de la cara inferior de las hojas hace aparecer mis monótonas y melancólicas las grises masas rocosas.

Inmediatamente detrás del Páramo de Chucuaucá se eleva otra cadena de mucho mayor altura. Entre ambas está encerrado un valle de montaña con un lento y paulatino declive hacia el oeste, hacia el río Cataca, y hacia el este, hacia el Guatapurí. Nos dirigimos hacia el oeste y durante tres cuartos de hora estuvimos cabalgando cuesta abajo por este valle triste y desierto, encerrado entre escarpadas montañas grises de 500 m de altura. A las cinco llegamos hasta una solitaria choza que lleva el nombre Duriameina. En los prados linderos pastaban manadas de caballos semisalvajes. Sus movimientos y el murmullo del arroyo eran los únicos signos de vida en derredor. La choza de Duriameina es tan alta que se puede estar de pie en su interior, pero carece de puerta de modo que no puede taparse su entrada. Este hecho no es nada grato teniendo en cuenta el frío de la región. En el momento de nuestra llegada hacía 170 al sol, pero a las seis, cuando el astro rey se puso iluminando con su resplandor rojo las cumbres azul grisáceas que se recortaban nítidamente contra el oscuro cielo crepuscular, la temperatura empezó a descender rápidamente. A las siete registramos 100 en el lado occidental de la choza, mientras que en el oriental azotado por el viento reinaba 811. A las ocho, la temperatura bajó a 70 y a las nueve a 5,50 C. Castañeteando con los dientes, muertos de frío nos envolvimos en las mantas calientes. Me puse una doble muda de ropa interior y un grueso traje alemán de invierno y después de cocinar al fuego una cena frugal tratamos de dormir. Por cierto, nadie lo logró pues a menudo se levantaba uno u otro para arrimarse al fuego, alimentado precariamente con ramas secas que habíamos hallado por casualidad. La región es tan pobre en leña que Eugenio debió andar más de media hora para encontrar algunas zarzas húmedas y poco combustibles. El viento silbaba a través de las rendijas de la choza. No obstante nos llamábamos dichosos por no tener que pernoctar entre dos bloques rocosos de los que están sembradas las laderas de la montaña.

 
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En la sierra nevada de Santa Marta de Wilhelm Sievers   En la sierra nevada de Santa Marta
de Wilhelm Sievers

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