Uno mismo cabalga en silencio porque el viento es cortante. Envuelve a los viajeros fría y húmeda niebla y cuando se habla a los acompañantes, éstos oyen mal porque el aire enrarecido de la alta montaña reduce la intensidad del sonido. Pareciera que el compañero se hubiese quedado sordo. La niebla y el fuerte viento también importunan a las mulas. De repente, se empacan y no hay fuerza capaz de moverla del lugar. En su primer momento, la densa niebla nos impide reconocer el motivo de tal comportamiento. Nos apeamos y seguimos a pie. Descubrimos entonces, en medio del camino, una mula agonizante que formaba parte de la última caravana que si bien estaba ya acostumbrada a las fatigas de la ascensión, en aquella oportunidad cayó agotada para esperar allí su fin. Debimos describir un amplio desvío en torno del lugar y considerarnos afortunados que el terreno lo permitiera. Si el animal moribundo hubiera yacido en una quebrada, ningún poder del mundo hubiera hecho pasar por allí a nuestras mulas. Nos hubiéramos visto condenados a regresar e interrumpir el viaje.
De este modo proseguimos nuestra marcha tiritando de frío: la niebla se hacía cada vez más espesa, las manos se nos quedaban ateridas sobre las riendas y poco a poco la niebla que estaba bajan(lo nos dejó completamente empapados. Nuestros acompañantes, vestidos con ropas livianas a la usanza de sus calurosas tierras bajas, hacían rechinar los dientes, y agotados por el frío expresaron sus deseos de acostarse y descansar. Eso hubiera sido su muerte segura. De hecho, es frecuente que la gente muera congelada en las heladas alturas, y se ha creado una palabra propia para designar ese estado: "emparamarse", derivada de páramo. Las cruces al costado del camino señalan los infaustos lugares. Al parecer, este fenómeno es imputable a la rápida transición del clima cálido de las tierras bajas, a las lluvias o nevadas acompañadas de un viento lacerante, pues a menudo, los habitantes de la "tierra caliente" cruzan los elevados pasos de la montaña descalzos y cubiertos sólo con una camisa y un pantalón, o sea que se exponen a las influencias climáticas sin protección alguna.
A mi propio sirviente le sucedió que sus pies y manos se le congelaran en un páramo no demasiado alto, pero sí castigado por un viento fuerte, y no revivieron sino después de prolongadas fricciones. De todos modos, estos repentinos cambios del calor al frío, es decir a una temperatura que puede alcanzar el punto de congelación, someten al sistema circulatorio a repentinas exigencias del todo desacostumbradas y éste parece tener dificultades para adaptarse a las nuevas condiciones. Se produce un estancamiento cuya consecuencia es la muerte si no se presta ayuda, inmediata. De hecho, las transiciones son a menudo muy rápidas. Cuando salía de mañana rumbo al páramo con una temperatura de 5 a 911 y regresaba alrededor de las dos de la tarde a un valle agobiado por un calor de 32-35~3 a la sombra y hasta 450 al sol, generalmente sufría dolores de cabeza. Por el contrario, mi sirviente era víctima de accesos febriles en las cumbres de Santa Marta, toda vez que salía de la tierra caliente y se exponía al frío clima de altura.