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En algún momento, la empleada de casa me sugirió sintonizar algo más adecuado para mi edad. Mis compañeros de la escuela eran fanáticos de un programa que tenía como protagonista a Tarzán. Decidí imitarlos y comencé a seguirlo diariamente. Era una manera de participar de algo que me incluía en sus hábitos, de compartir una actividad común que me volvía igual a ellos. Después de la información que brindaba la Cruz Roja, hacía malabarismos con el dial hasta encontrar a Tarzán. En casa teníamos un solo aparato de radio, como era usual en aquella época. Lo habíamos traído de Europa. Consistía en una gran caja de madera maciza, cuyo dial mostraba las diferentes capitales europeas. La emisora que transmitía a la Cruz Roja estaba en Sofía (Bulgaria) mientras que la de Tarzán, en París. Yo podía hacer este viaje en pocos minutos. Aprendí mucha geografía europea con esa radio. Después trataba ubicar las ciudades que había recorrido con el dial en un mapa y no dejaba de sorprender a mis maestras con mis conocimientos geográficos. Con el tiempo, me aficioné a escuchar distintos programas de radio, afición que me dura hasta hoy. Para mi gran desilusión, jamás oí que mi padre nos estuviera buscando. Uno o dos años después, el programa de la Cruz Roja dejó de transmitirse, o yo ya me había resignado a la idea de que mi padre intentara buscarnos por ese medio. Me dediqué entonces a escuchar a Tarzán.
Durante toda mi infancia nunca dejé de esperar. En mis fantasías, un día sonaba el timbre, yo abría la puerta y allí estaba mi papá, me alzaba en sus brazos y decía que venía a buscarnos y nos llevaba a todas con él. No era muy claro adónde. Todavía me veo con las trencitas, corriendo por el hall de mi casa de la calle Humboldt, abriendo la puerta y quedándome fascinada ante su aparición. En ese punto dentro de mi cabeza se armaba un leve embrollo. Yo ya me había integrado a la escuela, hablaba español, no tenía ganas de cambiar de país, pero sí de irme con él. Igual suponía que él no desearía volver al lugar donde lo habían maltratado, borrado de la vida que llevaba y alejado de su familia durante tanto tiempo.
En mi imaginación infantil también se me planteaba otro dilema: ¿qué hacíamos con mi padrastro? Porque el pobre, si bien no era tan querible —para mí al menos—, ya había formado su familia con nosotras. En el fondo, pensaba que esos eran problemas que debían resolver los adultos.
A menudo revisaba sin permiso la correspondencia que mi mamá recibía de sus amigos de Bucarest o de Yugoslavia. No recuerdo en qué idioma estaban escritos, pero sí me aseguraba de que nuestras señas figuraran correctamente. Me aliviaba constatar que mi padre sabría dónde hallarnos. En aquellos años emigraron a Buenos Aires amigos y conocidos de mis padres que los habían frecuentado durante su vida en Rumania. Algunos eran o habían sido funcionarios de la embajada yugoslava y solían venir a nuestra casa. Yo intuía que hablaban sobre mi papá y que manejaban información que les permitía hacer hipótesis sobre su desaparición. También me imaginaba que apenas pudiera, mi padre intentaría contactarse con alguno de ellos y serían un reaseguro para dar con nosotras.
Esto tampoco ocurrió. Mi papá jamás apareció, nunca llegó una carta informando donde se encontraba y con los años desistí de la fantasía de abrir la puerta y encontrarlo. Las explicaciones que mi madre nos daba no eran claras, tampoco nos decía que la expectativa no tenía sentido, que había que dejar de esperarlo porque quizás estaba muerto. Estoy convencida de que ella no se imaginaba lo que yo fantaseaba. Nunca compartí estas ilusiones con nadie.
Recuerdo una colonia de vacaciones a la que me mandaron años después con mi hermana. Quedaba en las sierras de Córdoba y la dirigía un ex noble húngaro que era, además, artista plástico. Allí se escuchaba toda clase de música. Había una canción en especial, que me conmovía profundamente. La interpretaba una cantante de quien nunca más oí hablar, Elder Barber, que decía: “Oh, mi papá, qué bueno fuiste para mí”. Me daban ganas de llorar. Es la única canción que recuerdo de aquella época.


 
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