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Prólogo

Reflexionar, escribir y luego trasmitir, ya sea por medio de la escritura o la escalera dialógica acerca de la vulnerabilidad, es un desafío, dado que este concepto, desde hace tiempo, ha estado atado a la dársena de la imposibilidad, la negatividad o desventaja.

Las perspectivas y las coordenadas que han transitado muchas plumas escribientes han construido ligas entre calamidades, dramas sociales y vulnerabilidad en casos que tienen que ver con desastres naturales, desplazamientos humanos por conflictos o epidemias, saldos de guerra y en la reproducción de espacios urbanos segregados que carecen de asistencia o política pública para atender las necesidades de los grupos que habitan estos lugares.

Entonces la vulnerabilidad social se vincula con la línea conceptual que plantea pobreza como carencias y se toma como herramienta analítica que permita estudiar lo que ocurre en ese gran espacio de marginación y de pobreza, cuyos límites son difusos y móviles, identificando situaciones diversas y con distinta condición de riesgo. Entonces puede definirse como la capacidad disminuida de una persona o un grupo de personas para anticiparse, hacer frente y resistir a los efectos de un peligro natural o causado por la actividad humana, y para recuperarse de los mismos. Es un concepto relativo y dinámico. La vulnerabilidad casi siempre se asocia con la pobreza, pero también son vulnerables las personas que viven en aislamiento, inseguridad e indefensión ante riesgos, traumas o presiones (Salazar, R. 2015; Perona Nélida 2015; FIS Cruz Roja 2015)

Sin embargo, es notorio que la vulnerabilidad devela también un conjunto de carencias o recursos deficitarios en las comunidades, grupos o personas azotadas por la desventura, desnudando sus debilidades en los vínculos relacionales, acceso inestable a los recursos que atiendan las contingencias del lugar, entorno escabroso y escaso de caminos de evacuación, insolvencia de acervos económicos y acopio de provisiones, desconocimiento de los factores climatológicos, cauces de ríos y cambios atmosféricos/meteorológicos, percepción limitada del riesgo y habilidades y destrezas para reposicionarse que ayuden a sobrellevar las consecuencias y lastres que arroja el desastre, anota el autor mencionado.

Las preguntas que asaltan el nicho de la razón son: ¿La vulnerabilidad es una desventaja? ¿Ser vulnerable es receptáculo de menesterosidad? ¿Requiere de compasión el sujeto vulnerable? ¿El sujeto vulnerable está asociado al asistencialismo perpetuo?

Estos interrogantes nos obligan a redescubrir otras connotaciones a la vulnerabilidad, no sólo las asociadas a los desastres, debilidades e insolvencias que nos ubican en situación calamitosa, sino que nos adentra a un mundo de la revelación y rebeldía con resistencia, porque aceptar la atención a la vulnerabilidad desde la ventana del asistencialismo nos ofrece un escenario de compasión ilimitada, de sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y, a través de paliativos muchas veces innecesarios o inadecuados, buscan aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo sin que el sujeto agobiado abandone su condición de vulnerabilidad.

La liga esencial es empalmar la compasión con libertad, ahí manifiesta otra cara del problema, porque describe esa compasión de sentimiento de padecer con otro su tristeza y también su alegría, porque en nuestro país, donde la envidia es el pecado capital, el alegrarse con el bien de otro es dificilísimo… la justicia, sin esa compasión básica, no puede funcionar de ninguna manera. Si los demás no importan, la justicia carece de sentido. Por eso es por lo que yo creo que un proyecto de felicidad que incluya a los otros es el que puede plantear exigencias de justicia. (Cortina, A. 2015)

La compasión desligada de justicia social y libertad nos induce a banalizar el drama social de los grupos vulnerables que habitan en muchos lugares y entroniza en la subjetividad colectiva la idea de que la asistencia es un recurso innegable y menesteroso; niega la posibilidad de resolver el problema y enseña de manera lenta pero letal que no hay otra alternativa sólo la de aprender a vivir con esta desigualdad.

Podemos observar que el árbol de la vulnerabilidad tiene múltiples ramificaciones, desde los desastres naturales y hambrunas que en los años 70 del siglo xx relanzaron los estudios de este perfil con énfasis en lo natural, aunque irrumpieron sesgos analíticos en trabajos investigativos insertados en la órbita del Tercer Mundo y las relaciones de Centro y Periferia. Para finales de los 70 e inicio de los 80 del mismo siglo, los terremotos, guerras populares y los asomos de la crisis alimentaria, dio otro impulso a las indagaciones y divulgación de las investigaciones sobre el tema; y finalmente hoy, con Amartya Sen, las publicaciones de John Rawls sobre justicia social y de Michael Walzer, el asunto de la igualdad de derechos para todas las personas y la posibilidad para todos los seres humanos, sin discriminación, de beneficiarse del progreso económico y social en todo el mundo. La promoción de la justicia social significó ahora aumentar los ingresos y crear empleos, también derechos, dignidad y voz para las mujeres y hombres trabajadores, así como emancipación económica, social y política (OIT, 2003).

La ruptura más importante en el debate de la vulnerabilidad la provoca Judith Butler, filósofa norteamericana, quien coloca el concepto de vulnerabilidad en una posición no desventajosa al escribir en su libro “El género en disputa” que, en los actos de resistencia, “primero te resistes y entonces nos enfrentamos a nuestra propia vulnerabilidad debido al hecho de que protestar puede ser fatal”. Sin embargo, la autora recalcó: “Dicha vulnerabilidad es resultado del contexto que nos creó porque somos vulnerables o afectados por discursos que nunca escogimos, por la consecuencia de la privatización de bienes públicos bajo intereses de desigualdad y porque dicho concepto significa una condición precaria en la que se vive, que conlleva al abuso, desapariciones y asesinatos por una infraestructura que falla”.

Sin embargo, Butler recalcó que dicha vulnerabilidad es un tipo de receptividad y capacidad de respuesta que moviliza, lo cual implica que resistencia y vulnerabilidad operan juntas y no son contrarias, pues vulnerabilidad no es lo contrario al poder de actuar. “Somos vulnerables y después superamos esa vulnerabilidad a través de actos de resistencia”. (Butler, 2015).

Cuando el sujeto se torna resistencia, se constituye en agencia. Por eso, para Butler, la agencia está implicada en las relaciones mismas de poder, con el que rivaliza. Visto así, la agencia como una práctica de rearticulación o de resignificación inmanente al poder. La agencia no es por tanto un atributo de los sujetos. Por el contrario, es un rasgo performativo del significante político.

Es interesante esta aportación de Butler en tanto que la vulnerabilidad no es una condición desventajosa, sino que la observa como potencia, como fuerza, y que señala que los cuerpos vulnerables pueden ser fuertes al unirse en solidaridad. […] Así, la protesta necesita de la vulnerabilidad, una que no sea vergonzante, y es desde la vulnerabilidad desde donde se pueden resistir a las estructuras patriarcales. (Op. cit.)

La aparición firme de Butler no da a entender que la indagación de la vulnerabilidad es una condición indispensable e insoslayable en el siglo xxi, donde la exposición del cuerpo y la vida está en el límite de la convivencia humana, dado que la precarización de ciertos sujetos está vinculada a la persistencia y reproducción de ciertas regulaciones sociales (entre otras, las normas de género), es claro que la eliminación de tales situaciones de inequidad requiere que contribuyamos a la desarticulación o desplazamiento crítico de los marcos normativos que las posibilitan.

Es decir, activistas y académicos en colaboración tendríamos que aprovechar nuestras herramientas conceptuales (entre otras, las propuestas por Butler) para mostrar en qué medida tales normas invisibilizan o inviabilizan ciertas vidas; evidenciar cómo rechazan ciertos cuerpos que no se conforman a la norma hegemónica; exhibir los diversos mecanismos sociales, políticos y culturales (entre ellos, los académicos) por los cuales ciertas vidas son deshumanizadas desde el inicio. En este punto, no basta con visibilizar las estrategias regulatorias productoras de lo humano, que hacen necesario el reconocimiento de quienes no son aprehendidos como tales. También es preciso advertir que en los “remedios” que se procuran contra tales desigualdades suelen colarse tales mecanismos de exclusión. (Mattio Eduardo, 2010).

Justo en este desafío se instala el libro “Grupos Vulnerables, género y políticas sociales” del grupo de académicos de la Universidad de Colima, Facultad de Trabajo Social, para desafiar la mesa de discusión sobre el tema con incursiones reflexivas sobre la familia, los migrantes, los acosos sobre ellos y la manera en que debemos tratar los temas que hoy nos abruman.

Las tramas e intrincados al interior de la familia son desbrozados con detalle para revelar cada punto de traslape entre una acción y otra, las ritualizaciones en comportamientos y dominio, las normas morales y jurídicas, la constitución del sujeto dentro del grupo familiar y los actos pensados para ir resolviendo y rompiendo cada molde impuesto que lo confina a la vulnerabilidad.

Ve la condición de vulnerable como agencia de resistencia que confronta la tradición patriarcal, resitúa a la mujer como sujeto activo y la dimensiona dentro y fuera del escaque hogar.

El migrante en contexto de vulnerabilidad, es un tema actual que demanda atención especializada en el tratamiento analítico; no es posible mantener las coordenadas de la observación sobre el agente/sujeto migrante como alguien desalojado o un menesteroso que busca resolver en tierra o lugar ajeno lo que le fue negado en su pueblo de origen. El migrante es un sujeto que muchas veces no tuvo lugar en su aldea, fue expulsado por violencia, desastres naturales, persecución política, desempleo, excluido o marginado. Retó al mundo “ordenado” donde nació a recrear otro, pero en la mayorías de las veces no hay espacio para su recreación, está urgido de reinventarse, de renacer, adecuarse a nuevas costumbres, normas, ritos, mapas y formas de socialización, su lenguaje es trasmutado, su cosmovisión se hace híbrida y tolerante, comparte y acepta cosas que no son de su agrado o costumbre y he ahí el dilema de cambiar para resistir.

Resistir para sobrevivir y, más tarde, con la crianza de sus hijos va adecuando espacios, lugares, medios, herramientas, lenguaje y convivencia hasta moldear su medio a las necesidades que demanda la familia.

La violencia a través del delito o la imputación es una facultad que el sistema político instrumenta para generar gobernabilidad en sociedades desiguales e injustas. La sujeción del poder judicial a las pretensiones de gobiernos con sesgo autoritario es la brecha que conduce a la vulneración de los Derechos Humanos y, ante todo, la negación de un Estado de Derechos que garantice la seguridad de los ciudadanos.

Hoy la crisis judicial comporta a este fenómeno como un vicio del siglo xxi, donde no importa lo humano sino las cifras de los aprehendidos, los encarcelados y las bajas de los supuestos delincuentes, conllevando a una situación desastroza, escenarios de miedo, horror, temor a los encargados de la seguridad pública y descrédito de las instituciones públicas.

Ciudadanos desciudadanizados es la paradoja que abordan en el texto intitulado “El entorno familiar y la comisión del delito de robo”, con matices y datos, focalizado en un entorno específico que no está desconectado de lo que acontece en el país y a lo ancho y largo de América Latina, donde la vulnerabilidad transita por las calles, espacios públicos, la escuela, la familia y en ámbitos en donde antes nunca residió. La estrategia de resistencia se abre con el capítulo que vive México con la construcción de la memoria colectiva a partir de las desapariciones, cuyo detonante fueron los 43 normalistas de Iguala, Guerrero, que abrieron la herida que nunca se cerró pero le habían puesto una venda para ocultarla. En los trabajos que el libro expone hay brechas y senderos para ser parte de esta memoria colectiva que requiere, demanda y reclama la sociedad mexicana.

Finalmente, un texto con datos y seguimiento titulado “Vicisitudes de las madres estudiantes”; es el cierre de un ejemplo palpable de los resultados del modelo neoliberal aplicado en sociedades poco desarrolladas y sujetas a medidas restrictivas que dejan poco espacio de maniobra para resolver los problemas y vicisitudes que la vida de una familia carenciada debe enfrentar de manera cotidiana. Asuntos que tienen que ver con horarios, disciplinamientos homogéneos, premuras de los docentes, desconexión de formas de enseñanza-aprendizaje con entorno socio-económico, características del estudiante, condición económica, mundo de vida, referentes simbólicos, tensiones propias del hogar que desencajan con las exigencias escolares, en fin, es una escalera infinita de desacuerdos dado que el docente cumple una función institucional y poco social y el estudiante/madre de familia carenciada con expectativas y roles distintos que no son puestos sobre la mesa para dialogar y armar formas de enseñanzas acorde al sujeto que acude a superarse o aprender. Es un problema que a la OCDE –Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos–, el Banco Mundial y organismos multinacionales poco importa; a ellos les interesa una educación que prepare empleados, mientras que el sujeto educando busca edificar una oportunidad para refundar un nuevo espacio de trabajo y saberes.

Así, de esta manera, está construido el libro que tiene en sus manos, con ladrillos de reflexión, con cemento de diálogo, con resistencia en sus estructuras y techo para albergar un nutrido número de lectores que sientan la confianza de leer, discutir, entender y proponer nuevas rutas de indagación. No es un libro para rendir un informe, es una brecha que está llena de desafíos, de interés colectivo, de sensibilidad humana y, ante todo, resistencia para reducir y, por qué no, pulverizar a la vulnerabilidad.

 

 
 
 
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Grupos vulnerables, género y políticas sociales de Gregoria Carbajal Santillán y Mireya Patricia Arias Soto   Grupos vulnerables, género y políticas sociales
de Gregoria Carbajal Santillán y Mireya Patricia Arias Soto

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