En esos casos, y cuando casi me daba por vencida, era
tal mi identificación con todo lo tuyo que me bastaba con cerrar los ojos y
dejar que el pedacito de vos que hay en mí me dictara lo que los dos sabíamos en
lo profundo de nuestros genes.
Cuando debía
interrumpir la traducción por alguna causa, me sentía culpable por dejarte solo
y desvalido, suspendido en el tiempo; mis ansias por saber todo de lo tuyo (ya
que no te conocí personalmente), lo que te pasaba, lo que sentías, podía más que
la realidad que me rodeaba y me separaba de vos.
Curiosamente, y no sé por qué rara casualidad, (que
fueron muchas en este encuentro con vos) me tocó traducir las notas tuyas de
diciembre de 1885, justamente en este diciembre de 1999. El día de Navidad
escribiste en tu diario: "Día de Noël. No me imaginé nunca pasar un día tan
triste.." Entonces comparé tu soledad de ese momento y el afecto familiar que
rodea a todos tus descendientes. Cómo hubiera querido estar con vos en ese
instante y decirte: "Abuelo, no te entristezcas, que un pedacito de tu ser en el
2000, estará pleno de todo aquello de lo que careces ahora".
Ojalá también hayamos heredado tu fortaleza, el
estoicismo con que hacías frente a los sinsabores, a los trabajos más pesados y
sobre todo a la soledad, esa soledad que no fue provocada por tu falta de
sentimiento o de entrega, sino por la ingratitud y hasta la traición de los que
quisiste.
Estas rápidas anotaciones, pinceladas breves de tu
realidad, tienen el valor de ser lo que son: visiones de un joven solitario en
un país desconocido. Las he tratado de traducir lo más literalmente posible, aún
en desmedro de la claridad o de la elegancia de la frase porque lo más
importante para mí era traer tu espíritu auténtico ante nosotros como un mandato
familiar.
Bienvenido abuelo.
Tu nieta
Nélida Lanteri Vrillaud