EL REY.- He aquí una sumisión que te salva de la vergüenza.
BEROWNE.-(Leyendo.) "Item, que ninguna mujer se acerque a menos de una milla de mi Corte" ¿Ha sido proclamado este artículo?
LONGAVILLE.- Hace ya cuatro días.
BEROWNE.- Veamos la penalidad. (Leyendo.) "So pena de perder la lengua." ¿Quién ha imaginado esta penalidad?
LONGAVILLE.- Yo, ¡pardiez!
BEROWNE.-¿Y por qué, mi querido amigo?
LONGAVILLE.- Porque tan temible castigo las alejará de aquí.
BEROWNE.- ¡Ley peligrosa para la galantería! (Leyendo.) "Item, si durante este espacio de tiempo, de tres años, un hombre es sorprendido hablando con una mujer, sufrirá la humillación pública que el resto de la Corte juzgue bueno imponerle." Este artículo, Alteza, vos mismo tendréis que violarle, pues sabéis muy bien que la hija del rey de Francia, doncella de una gracia y de una majestad totales, viene como embajadora para tratar con vos de la cesión de Aquitania a su padre, decrépito, enfermo y en el lecho. Por consiguiente, o este artículo ha sido redactado en vano, o en vano viene la admirable princesa aquí.
EL REY.- ¿Qué decís a esto, señores? En verdad que habíamos olvidado tal cosa.
BEROWNE.- Luego bien veis que el estudio jamás alcanza lo que se propone. Mientras anda a la busca de lo que quisiera conseguir, olvida hacer lo que debería. Y cuando tiene lo que perseguía, su conquista es como la de esas ciudades que se toman tras haberlas incendiado: es decir, tan pronto perdidas como tomadas.
EL REY.- Es preciso abolir este artículo. Es absolutamente necesario que la Princesa se aloje aquí.
BEROWNE.- La necesidad nos hará tres mil veces perjuros en estos tres años. Pues cada hombre nace con pasiones que tan sólo una gracia especial puede dominar, no la voluntad. Si yo quebranto mi juramento, esta palabra, "necesidad", me servirá de excusa. Estampo, pues, mi firma en el decreto, sin hacer excepción alguna. (Lo hace.) Y que el que infrinja el menor detalle sufra la pena de una vergüenza eterna. Las tentaciones, idénticas son para mí que para vosotros; pues bien, aunque parezca que firmo en contra de mi voluntad, creo que el último que honrará su juramento seré yo. Pero, ¿se nos concederá al menos algún alegre entretenimiento?
EL REY.- Esto sí. Nuestra Corte, como sabéis, es visitada frecuentemente por un viajero de España; hombre refinado, experto en todas las modas nuevas y cuyo cerebro es una fábrica de lindas frases. Un hombre a quien la música de su vano lenguaje parece seducir cual armonía encantadora; criatura al corriente de todos los usos y al que se escoge como árbitro cuando hay querella entre lo que conviene o no conviene. Este prodigio de la fantasía, que se llama Armando, nos contará, en el intervalo de nuestros estudios, y en términos sublimes, las proezas de muchos caballeros de la leonada España, perecidos en las querellas de este mundo. Hasta qué punto os distrae, esto ya no lo se; mas sí que yo adoro oírle inventar sus mentiras y que he de hacer de él mi trovador.
BEROWNE.- Armando es un personaje enteramente ilustre; arca de palabras recientemente acuñadas; verdadero caballero a la moda.
LONGAVILLE.-Costard, el joven campesino, y él serán nuestro entretenimiento. Y tras ello, estudiemos. Tres años pasarán pronto. (Entran Dull, el guarda campestre, y Costard.)
DULL.-¿Quién de vosotros es el Duque en persona?
BEROWNE,-Hele aquí, muchacho. ¿Qué quieres de él?
DULL.-Yo represento, yo mismo, su persona, pues yo soy guarda campestre de Su Gracia. Pero quisiera ver su propia persona en carne y hueso.
BEROWNE.-Pues él es.
DULL.-El señor Arm... Arm... os envía su saludo. (Entrega al Rey una carta.) Ocurren allí cosas poco limpias. Esta carta os dirá más de lo que yo digo.
COSTARD.-Mi señor, los. informes que contiene a mí se refieren.
EL REY.- ¡Carta del magnífico Armando!
BEROWNE.-Por ínfimo que sea el asunto, espero en Dios que las palabras serán sublimes.
LONGAVILLE.-¡Esperanza infinita y resultado mediocre! ¡El Señor nos dé paciencia!
BEROWNE.-¿Para escuchar o para no escuchar?
LONGAVILLE.-Para escuchar con resignación, caballero amigo, y para reír con moderación. O para abstenernos de ambas cosas.
BEROWNE.-Todo dependerá, ¡pardiez!, de lo que el motivo o el estilo empuje a nuestra alegría.
COSTARD.-La cosa se refiere a mí, señor. Cuestión de Santiaguilla. Ocurre que he sido sorprendido en lo ocurrido.
EL REY.-¿Y que ha ocurrido?
COSTARD.-He aquí lo ocurrido y la manera como ha ocurrido lo ocurrido, en tres partes: he sido visto con ella en la casa grande, sentado con ella en un banco, y sorprendido, siguiéndola, en el parque. Lo que uno con otro hace la ocurrencia de lo ocurrido. Ahora bien, señor, en cuanto a lo ocurrido, es la forma como suele ocurrir que un hombre hable a la mujer; y en cuanto a cómo ha ocurrido lo ocurrido, es ese cómo especial...
BEROWNE.-¿Y tras ello señor mío?
COSTARD.-Y tras ello, a ver, qué sé yo, mi castigo. ¡Qué Dios defienda el buen derecho!
EL REY.-¿Queréis oír esta carta con atención?
BEROWNE.-Como escucharíamos un oráculo.
COSTARD.-¡Tal es la tontería de hombre cuando escucha lo que se refiere a la carne!
EL REY.-(Leyendo) "Gran disputado, vicegerente de la bóveda celeste, dominador único de Navarra, Dios terrestre de mi alma y patrón nutrido de mi cuerpo."
COSTARD.-Todavía ni palabra de Costard.
EL REY.-(Leyendo siempre) "He aquí los hechos"
COSTARD.-Es posible que cuente los hechos; pero como diga lo que han sido los hechos, en verdad de verdades que me deja deshecho.
EL REY.-¡Paz a la lengua!
COSTARD.-¡Y paz a mí y a todo hombre que tenga miedo si combate!
EL REY.-¡He dicho que silencio!
COSTARD.-Respecto a los secretos de otro, os lo prometo.
EL REY.-(Leyendo de nuevo.) "He aquí los hechos: sitiado por negra melancolía, había confiado este humor sombrío y opresor a la saludable medicina del aire libre, y tan verdad como que soy un hidalgo que se me metió en la cabeza el dar un paseo. ¿A qué hora? Hacia la hora sexta; hora en que el animal pace más a su gusto, en que el pájaro picotea con más apetito y en que el hombre se sienta a la mesa para hacer esa colación que se llama cena. Ahora, ¿en qué sitio? Entiendo por sitio el lugar por el que me paseaba. En el denominado tu parque. Ahora, lugar en el qué. Entiendo por lugar en el qué, aquel en el cual se ha ofrecido a mis ojos el acontecimiento obsceno y enteramente incongruente, que saca de mi pluma, blanca como la nieve, la tinta color de ébano que ves, contemplas, miras, examinas u observas. En cuanto al lugar en el que, el situado al Norte-Noroeste y al Este del ángulo Oeste de su jardín el de las curiosas revueltas. He aquí donde he visto a ese patán de bajo espíritu, a ese vil desperdicio que te causa alegría..."
COSTARD.-¡Yo!
EL REY.-"Ese alma iletrada y de ínfimo saber. . .
COSTARD.-¡Yo!
EL REY.-"Ese vulgar vasallo...
COSTARD.-¡Yo aún!
EL REY.-"Que si mal no recuerdo se denomina Costard. .."
COSTARD.-No hay duda que yo, ¡ay!
EL REY.-"Asociarse y unirse a despecho de tu edicto establecido y proclamado y de los cánones contenidos en él, con... con... ¡Oh cómo me cuesta decirte con quién!. .."
COSTARD.-Con una chica.
EL REY.-"Con una hija de nuestra abuela Eva. Con una hembra. Y para hablar mejor a tu exquisito entendimiento, con una mujer. Este hombre, yo (empujado por un inalterable sentido del deber), te lo envío para que reciba la recompensa del castigo que merece por mano de un oficial de Tu Suave Majestad, el denominado Antonio Dull, hombre de buena reputación y de buena conducta, de buenas costumbres y bien estimado."
DULL.-Yo mismo, si os place, soy Antonio Dull.
EL REY.-"En cuanto a Santiaguilla -así se llama la frágil barquichuela a la que he sorprendido con el antedicho patán-, la retengo aquí como nave destinada a sufrir la cólera de tu ley, dispuesto a hacerla comparecer al menor signo de tu suave voluntad. Todo de ti, con la plenitud de un corazón consagrado al devorante ardor del deber." Don Adriano de Armando.
BEROWNE.-No está tan bien como esperaba; no obstante, es de lo mejor que he oído.
EL REY.-Sí, es de lo mejor en lo malo. En cuanto a ti, ¡bribón!, ¿qué respondes a esto?
COSTARD.-Mi señor, lo de la chica lo confieso.
EL REY.-¿No habías oído la proclama?
COSTARD.-Confieso haberla oído mucho, pero escuchado, poco.
EL REY.-No obstante, ha sido proclamado un año de prisión para todo aquel que fuese sorprendido con una muchacha.
COSTARD.-Yo no he sido sorprendido con una muchacha, señor, sino con una damisela.
COSTARD.-Es que tampoco era una damisela.
COSTARD.-Es que tampoco era una damisela, señor, sino una virgen.
EL REY.-Esta variante estaba también en la proclama; decía; asimismo, una virgen.
COSTARD.-De ser así me vuelvo atrás sobre lo, de la virginidad; tratábase de una doncella.
EL REY.-Esta doncella no arreglará tu asunto, caballerete.
COSTARD.-Por tanto, esta doncella arregla bien cuanto necesito, señor.
EL REY.-Pues bien, voy a pronunciar tu sentencia: durante una semana ayunaras a pan y agua.
COSTARD.-Preferiría orar un mes a sopa y carnero.
EL REY.-Y don Armando será tu carcelero. Señor Berowne, cuidad de que el prisionero le sea entregado. En cuanto a nosotros, amigos míos, vamos a poner en ejecución lo que tan firmemente hemos jurado. (Salen el Rey, Longaville y Dumaine.)
BEROWNE.-Apostaría mi cabeza contra el sombrero de cualquier buen hombre a que esos juramentos y esos edictos acaban en pura irrisión. ¡Andando, bribón!
COSTARD.-Sufro por la verdad, señor, pues nada más verdad que he sido sorprendido con Santiaguita, y que Santiaguita es una verdadera muchacha. Sé, pues, bien venida, copa amarga de la prosperidad. Un día u otro la aflicción puede empezar a sonreírme de nuevo; hasta entonces, ¡ten calma, dolor! (Salen.)