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Tengo un amigo entrado ya en años, pero joven de
espíritu; poeta, si los hay, aunque en su vida -¡y cuidado si es
larga!- ha tenido la ocurrencia de ensartar un verso; padre de dos mocetones,
bigotudos como dos sargentos, y para fin y postre, comerciante. Ello es, empero,
que ni la nieve de los números, ni los afanes de la vida práctica
han sido bastantes a aniquilar el poético entusiasmo de mi amigo, que
todavía, bajo la escarcha del cabello cano, siente hervir la generosa
hoguera de la juventud. Pocas noches hace departíamos los dos
amigablemente, sentados ambos en torno de una mesita de papier
maché, cargada por más señas con dos tazas chinas de
transparente porcelana, una soberbia cafetera llena de sabroso moka y una caja
abierta de codiciables tabacos, frescos todavía por las húmedas
brisas de la mar. Hablábamos del frío y mi amigo, con su voz
cascada, narróme, si no me es infiel la memoria, lo siguiente:
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Consiga El amor de la lumbre de Manuel Gutiérrez Najera en esta página.
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