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El hombre encendió, durante la pausa de Lucía para beber algo,
el segundo cigarrillo. Aprovechó para sacarse la corbata y desabotonarse entera
la camisa, de lo que sudaba, perdiendo las buenas formas delante del espejo.
Lucía continuó ardua: luego los dos a la vez. Como lo oyes. Ella, Luis y Pablo.
Pablo, ella y Luis. Bonito trío. ¿Te imaginas? Y no fue difícil concertar los
encuentros en casa de Pablo, en la sobremesa. Convencer a Luis fue la mar de
sencillo. Con Pablo recurrí al chantaje. Acepté que fueran sólo dos sesiones y
me hizo jurar el iluso por el altísimo que guardaría el secreto. Reconozco que a
esas alturas follar con Pablo compensaba sobradamente el dolor de tus
desafueros. Imagínate las escenas en el dormitorio de Pablo: unas veces uno
atrás y el otro frente a mí, de pie. Otras Luis y Pablo emparedándome. Algunas
por separado, con voyeur incluido, para que tomaran un aliento y se
restablecieran. Lucía se había secado las lágrimas y su relato se hacía fluido,
como si estuviera leyendo ante un auditorio un capítulo del Quijote. Escúchame
bien: la última tarde, camino de casa, lamenté de veras que no tuvieras un
hermano con quien acostarme. Lo que oyes. Pero mi imaginación voló más alto;
lamenté que no tuvieras un padre vivo que se acostara con su nuera para ponerle
los cuernos, bastardo, a su hijo. Y juro por mis tetas que me lo hubiera
trincado. Lo de tirarse a tu cuñado debe ser pan comido; a mí siempre me dieron
morbo los novios que se traían mis hermanas a casa los fines de semana que mis
padres no estaban. Lo de tu padre... bueno eso parece harina de otro costal. Más
complicado, pero no imposible. Acostarse con la hembra cachonda de tu hijo debe
rejuvenecer a cualquiera. Esa última tarde de orgías lamenté que no hubiéramos
tenido un hijo con quien acostarme para ponerlo en contra de su padre espurio.
El hombre estaba anonadado, más abatido que resuelto a dejarse
llevar por los resabios de la ira. Su padre había muerto hace cinco años. Lucía
lo conocía: estuvo en su funeral y recitó en la homilía parte del conocido poema
de Jorge Manrique. La misma que hablaba de follárselo con su connivencia de
macho cabrío. Recordaba a su padre siempre enamorado de su madre. Era joven y
atractivo cuando murió en accidente de tráfico y nunca dio pie a sospechas sobre
flirteos con otras mujeres, menos con la novia de su único y amado hijo. Su
padre murió y vivió enamorado de su madre. No daba crédito a lo que escuchaba.
Lucía estaba yendo demasiado lejos. Vale que su mujer se lo hubiera montado con
sus mejores amigos, orgías incluidas, pero suponer que se lo hubiera hecho con
su padre si estuviera vivo, con sus hermanos si hubieran sido concebidos... Los
cordones de los zapatos le oprimían los pies hasta cortar la circulación de la
sangre. Le faltaba el oxígeno, ahogado en la humectación de su propio cuerpo. No
soportaba su cuerpo; tenía que colgar o decir algo. Pero se queda callado,
escuchando la respiración envalentonada de Lucía.
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