-Sí, cabrón, y que por tu delirio de persecución casi nos
descubren, si no es porque Andrés y yo fingimos que veníamos fajando -le reclamó
Laura.
-Ah, ¿qué estábamos fingiendo? -preguntó Andrés haciendo reír a
los demás.
-Bueno, bueno. oye, Héctor, y ¿cómo dices que se llama el
chavo? -preguntó otra vez Andrés, con esa medio virtud que tenía de cambiar de
tema y centrar la plática.
-No, no he dicho porque creo que ni sé; creo que Leonel o algo
así, pero le dicen el Gancho, vayan ustedes a saber por qué. Órale, pues así
quedamos -continué- yo le digo hoy mismo a este chavo para ver si ya mañana
podemos usar el carro; chance y hasta vayamos en él a Tlalnepantla, a la fábrica
esa que dice Laura.
-Oye, ¿y cómo le vamos a hacer pa lo de la gasolina?, ya ves
que a veces no nos alcanza ni pa los tacos en la terminal de camiones -dijo
Laura con sus pas y pos que tan bien sonaban en ella.
Y su preocupación era real, porque cuando formamos la brigada
nos comprometimos a no tomar nada de los botes y hasta ese momento lo habíamos
conseguido.
-Pues eso ya veremos, ¿no Héctor?
-Pues sí, a ver cómo le hacemos.
Ese mismo día el Actuario nos dijo que no podría acompañarnos,
por lo que Laura, Andrés y yo nos fuimos en el coche del papá de Andrés -un
intrépido Ford 200- que de manera extraordinaria y eventual le había prestado
para usarlo en las actividades de la Brigada.
Al igual que en muchos otros casos, los padres de Andrés, sobre
todo su padre, eran solidarios con sus hijos y el Movimiento, pero por
cuestiones de seguridad y tranquilidad familiar no lo hacían notar abiertamente;
aunque por otro lado, sí solicitaban, y en algunos casos exigían, que se tuviera
mucho cuidado en todo lo que hacíamos, que si la policía, que si los agentes,
que si.