Calculé que habría regresado a mi casa entre las tres y las
cuatro de la mañana. Estaba recordando el vaso de leche y la pieza de pan que
tomé antes de acostarme a dormir cuando descubrí un lugar desocupado en el
camión y me apresuré para ganárselo a otros estudiantes. Después de unos minutos
de viajar sentado me quedé dormido con la confianza de que al llegar a los topes
que estaban a la entrada de la Universidad vendrían los brincos que de manera
inevitable me despertaban y anunciaban el fin del viaje.
En el auditorio localicé pronto a Andrés y a Laura, el primero
con el pelo revuelto, como siempre, y la segunda luciendo espléndidamente y con
absoluta naturalidad la esbeltez y la alegría de sus 20 años; casi al mismo
tiempo me dijeron que el Actuario no llegaba todavía.
Sin ponernos de acuerdo en la composición de la Brigada, ésta
había resultado maravillosamente diversa: Laura estudiaba Biología, Andrés,
Física, el Actuario -de quien nadie recordaba su nombre- era uno de los pocos
estudiantes de Actuaría que le había entrado con enjundia al Movimiento, y por
último yo, que trataba con desesperación estudiar Matemáticas. En fin, las
cuatro carreras que se impartían en Ciencias estaban, quién sabe que tan
dignamente, representadas. Por si fuera poco, ese día les llevaba una propuesta
para aceptar un nuevo miembro en la brigada.
-Les digo que el chavo es mi vecino, creo que ya hasta lo han
visto por ai con mis hermanos -les comenté sin parecer muy convencido del
beneficio de la propuesta.
A lo que Andrés, con rostro de dudosa seriedad, dijo
preocupado: