Pero no se atrevía a contrariar a su madre, que se sentía, por
otra parte, culpable con respecto a ella.
-Haga el favor de sentarse, Princesa -dijo el médico
famoso.
Se sentó ante Kitty, sonriendo, y de nuevo, mientras le tomaba
el pulso, comenzó a preguntarle las cosas más enojosas.
Kitty, al principio, le contestaba, pero, impaciente al fin, se
levantó y le contestó irritada:
-Perdone, doctor, mas todo esto no conduce a nada. Ésta es la
tercera vez que me pregunta usted la misma cosa.
El médico célebre no se ofendió.
-Excitación nerviosa -dijo a la madre de Kitty cuando ésta hubo
salido-. De todos modos, ya había terminado.
Y el médico comenzó a explicar a la Princesa, como si se
tratase de una mujer de inteligencia excepcional, el estado de su hija desde el
punto de vista científico, y terminó insistiendo en que hiciese aquella cura de
aguas, que, a su juicio, de nada había de servir.
Al preguntarle la Princesa si procedía ir al extranjero, el
médico se sumió en profundas reflexiones, como meditando sobre un problema muy
difícil, y después de pensarlo mucho termino aconsejando que se hiciera el
viaje. Puso, no obstante, por condición que no se hiciese caso de los
charlatanes de allí y que se le consultara a él para todo.
Cuando el médico se hubo ido se sintieron todos aliviados, como
si hubiese sucedido allí algún feliz acontecimiento. La madre volvió a la
habitación de Kitty radiante de alegría y Kitty fingió estar contenta también.
Ahora se veía con frecuencia obligada a disimular sus verdaderos
sentimientos.