El médico célebre le escuchaba y en medio de su peroración
consultó su voluminoso reloj de oro.
-Bien -dijo-. Pero...
El médico de familia calló respetuosamente en la mitad de su
discurso.
-Como usted sabe -dijo la eminencia-, no podemos precisar
cuándo comienza un proceso tuberculoso. Hasta que no existen cavernas no sabemos
nada en concreto. Sólo caben suposiciones. Aquí existen síntomas: mala
nutrición, nerviosismo, etc. La cuestión es ésta: admitido el proceso
tuberculoso, ¿qué hacer para ayudar a la nutrición?
-Pero usted no ignora que en esto se suelen mezclar siempre
causas de orden moral -se permitió observar el otro médico, con una sutil
sonrisa.
-Ya, ya -contestó la celebridad médica, mirando otra vez su
reloj-. Perdone: ¿sabe usted si el puente de Yausa está ya terminado o si hay
que dar la vuelta todavía? ¿Está concluido ya? Entonces podré llegar en veinte
minutos... Pues, como hemos dicho, se trata de mejorar la alimentación y calmar
los nervios... Una cosa va ligada con la otra, y es preciso obrar en las dos
direcciones de este círculo.
-¿Y un viaje al extranjero? -preguntó el médico de la casa.
-Soy enemigo de los viajes al extranjero. Si el proceso
tuberculoso existe, lo que no podemos saber, el viaje nada remediaría. Hemos de
emplear un remedio que aumente la nutrición sin perjudicar al organismo.
Y el médico afamado expuso un plan curativo a base de las aguas
de Soden, plan cuyo mérito principal, a sus ojos, era evidentemente que las
tales aguas no podían en modo alguno hacer ningún daño a la enferma.