«Este admirable charlatán sería capaz hasta de espantar la
caza» , pensaba, expresando con aquellos términos de viejo cazador su opinión
sobre el diagnóstico del médico.
Por su parte, el doctor disimulaba con dificultad su desdén
hacia el viejo aristócrata. Siendo la Princesa la verdadera dueña de la casa,
apenas se dignaba dirigirle a él la palabra, y sólo ante ella se proponía
derramar las perlas de sus conocimientos.
La Princesa compareció en breve, seguida por el médico de la
familia, y el Príncipe se alejó para no exteriorizar lo que pensaba de toda
aquella farsa.
La Princesa, desconcertada, sintiéndose ahora culpable con
respecto a Kitty, no sabía qué hacer.
-Bueno, doctor, decida nuestra suerte: digánoslo todo.
Iba a añadir «¿Hay esperanzas?» , pero sus labios temblaron y
no llegó a formular la pregunta. Limitóse a decir:
-¿Así, doctor, que...?
-Primero, Princesa, voy a hablar con mi colega y luego tendré
el honor de manifestarle mi opinión.
-¿Debo entonces dejarles solos?
-Como usted guste...
La Princesa salió, exhalando un suspiro.
Al quedar solos los dos profesionales, el médico de familia
comenzó tímidamente a exponer su criterio de que se trataba de un proceso de
tuberculosis incipiente, pero que...