-¿Saben lo que ha hecho papá? -Y mamá
levantó la mano. ¿Qué tenía allí? Tres
entradas de color cereza y una verde. Les compró entradas. Van a ir al
circo, esta misma tarde, las tres, con Miss Wade. ¿Qué dicen a
eso?
-¡Lindísimo, mamá! ¡Lindísimo!
-gritaron Phyllis y Sylvia.
-¿No es cierto? -dijo mamá-. Corran arriba y
díganle a Miss Wade que las prepare. No se entretengan. ¡Arriba,
vamos! Las tres.
Phyllis y Sylvia salieron volando, pero Susannah
permaneció al pie de la escalera, con la cabeza gacha.
-Vamos -dijo mamá. Y papá dijo severo:
-¿Qué diablos le pasa a esta chica?
La cara de Susannah tembló: -No quiero ir-, dijo en un
murmullo.
-¡Qué! ¡No quiere ir al circo!
Después que papá... ¡Niña maleducada y desagradecida!
O vas al circo, Susannah, o te vas a la cama enseguida.
La cabeza de Susannah se inclinó, más aún.
Todo su cuerpito se inclinó hacia adelante. Parecía como si fuera
a hacer una reverencia, una reverencia hasta el piso, ante su padre bueno y
generoso y pedirle que la perdonara...