DELFINA.- No crea, no mucho. Hubiera preferido quedarme allá. ¡Trabajaba tanto Damián! Si no se hubiera encaprichado en hacer ese negocio de las Malvinas, estaríamos muy acomodados.
DAMIÁN.- Se empieza de nuevo, ¡qué diablos! Me han ofrecido muchas facilidades para trabajar aquí.
MERCEDES.- ¿Perdiste mucho, verdad?
DAMIÁN.- Todo lo que tenía, menos la vergüenza y el cariño a mi mujercita.
EMILIA.- Y el nuestro, ¿entró en la quiebra?
DAMIÁN.- ¡Oh!... ¡Perdón! No te resientas, vieja. Sé que tú me sigues queriendo como antes.
EMILIA.- ¿Otra vez?...
DAMIÁN.- No me dejas concluir, muchacha. ¡Qué susceptibilidad!
EMILIA.- ¡No, no! Hablo en broma.
MERCEDES.- Delfina: ¿por qué no te sacás el sombrero? ¡Acompáñenla, muchachas!
DELFINA.- Tiene razón. (Vase por izquierda con LAURA y EMILIA.)
EMILIA.- (Volviéndose.) ¡Ah, mamá! ¡Oíme!
MERCEDES.- (Aproximándose.) ¿Qué hay?
EMILIA.- ¡Cuidado con hacer una de las tuyas!... Te conozco... Has querido quedarte sola...
MERCEDES.- (Con mal gesto.) ¡Oh!... (Vase EMILIA por izquierda.)
DAMIÁN.- ¿Qué hay?
MERCEDES.- Nada, hijito. ¡Cosas de ellas!. ¡Zonceras!...
DAMIÁN.- (Afectuoso.) Está más desmejorada, mi vieja. ¿No anda bien de salud?
MERCEDES.- Así no más.
DAMIÁN.- Hay que cuidar el número uno. Díme una cosa... Estoy echando de menos aquel bronce que gané de premio en las regatas. ¿Te acuerdas?
MERCEDES.- Es verdad: no está.
DAMIÁN.- ¿Qué suerte ha corrido?
MERCEDES.- Estééé... ¿El bronce?... ¡Ah!... ¡Sí!...
DAMIÁN.- ¿Un compromiso?...Seguro que lo han regalado.
MERCEDES.- Sí, sí... regalado... (Pausa.) Decime, Damián... ¿Quieres? Si tienes, ¿eh? ¿Quieres prestarme diez pesos?... ¡Perdóname, pero!...
DAMIÁN. - ¡Oh, qué tontería!... Tomá cien... No tengo más...
MERCEDES.- ¡No, no! Es mucho... Yo no quería incomodarte... pero tan luego hoy, que los habíamos invitado, no teníamos, casi casi, ni qué poner al fuego... ¡Las muchachas, si lo saben, se van a enojar mucho! Pero ¿Con quién, sino con los hijos, se ha de tener confianza?
DAMIÁN.- ¿De modo, que están pasando estrecheces?
MERCEDES.- ¡Peor, hijo; peor!... ¡Una miseria espantosa, faltándonos muchas veces hasta lo más indispensable!
DAMIÁN.- ¡Oh! ¡Tanto no puede ser!...
MERCEDES.- Eso y mucho más... Un día... Dos días, a mate y pan
DAMIÁN.- Pero, ¡Qué horror! ¿Y cómo ha podido ser?
MERCEDES.- ¡Vaya a saberse!... Como todas las cosas de la mañana a la noche nos quedamos en la calle... Jorge dice que perdió en la Bolsa, pero lo que yo creo es que nos faltó cabeza a todos... Hace más de un año que estamos así... Mucho más... Y lo peor no es eso... Poco a poco, hemos ido perdiendo la estimación de las gentes. Al principio no fue nada. Se pidieron préstamos grandes, y fueron concedidos con la seguridad del reembolso. Nadie iba a pensar que tu padre, tan acreditado, fuera capaz de...
DAMIÁN.- Comprendo.
MERCEDES.- Después, agotado el crédito, es necesario comer, y viene el expedienteo vergonzoso; no hay recurso que se desprecie por indigno, para asegurar el techo y el pan. ¿Qué digo techo?... La casa, que es indispensable para guardar las apariencias, y tú sabes muy bien que en semejante situación los escrúpulos y la vergüenza son el primer lastre que se arroja del honor... Todavía no me doy cuenta de cómo he podido amoldarme a semejante vida. Con decirte que yo, que tu madre, que fue siempre una mujer de orden y delicada, ha llegado hasta a robarle a una pobre gallega sirvienta.
DAMIÁN.- ¡Oh, mamá!
MERCEDES.- Hasta a robarle, sí, señor, hasta a robarle a una pobre mujer los ahorros que me había confiado. (Llora.)
Dichos, DELFINA y EMILIA
DAMIÁN.- (A DELFINA y EMILIA que vuelven.) ¿Quieren dejarme un momentito con mamá?
DELFINA.- ¿Conferencia habemos?
DAMIÁN.- Nada grave... Ya terminamos. (Mutis de DELFINA y EMILIA.) ¡Vamos! ¡No se aflija, vieja!
MERCEDES.- Hago mal en contarte cosas tan tristes... Podías pensar que trato de interesar tus buenos sentimientos, con propósitos egoístas.
DAMIÁN.- No, vieja...
MERCEDES.- He repetido tantas veces la historia de nuestras desdichas, que necesito la salvedad para convencerme de que no estoy mendigando. Contigo no, hijo... Todo lo contrario. Ya que vienes a vivir aquí, quiero prevenirte contra nosotros mismos. Por otra parte, necesitaba este desahogo...
DAMIÁN.- ¡Pobre viejita!... Pero, y papá y Eduardo, ¿Qué han hecho?
MERCEDES.- Nada, hijo. Tu padre, como si con el dinero hubiera perdido las energías, echarse a muerto y dejarse llevar por la correntada... En cuanto a Eduardo, enfermo y maniático, aquí se lo pasa, sin salir a la calle, levantándose de una cama para tirarse en otra.
DAMIÁN.- ¡Qué barbaridad!... ¿Por qué no me has escrito diciéndome la verdad? Yo dejé le mandarles los pesitos aquellos a las muchachas, cuando empezaron a andar mal mis negocios, creyendo que no serían indispensables... ¡Sí hubiera sabido!
MERCEDES.- He mentido en perjuicio de tus buenos sentimientos, diciéndoles a estos que tú ignorabas nuestra miseria.
DAMIÁN.- ¡Oh!... ¿Por qué hiciste semejante cosa?
MERCEDES.- ¡No me lo preguntes! Te he dicho todo lo que podía decirte.
DAMIÁN.- Luego, ¿reservas algo?
MERCEDES.- No; nada más, hijo mío; nada más...
DAMIÁN.- ¡Bueno!... ¡Esto no puede seguir así! Estamos, felizmente, en tiempo de reaccionar. Tranquilízate. Tú me ayudas, y desde hoy nos pondremos a enderezar este hogar.
MERCEDES- ¡No, no, hijo!... ¡No te metas!... ¡No puede ser!...
DAMIÁN.- Ahí está el viejo. Verás cómo se empieza.
Dichos y
JORGEJORGE.- (Por foro.) ¡Hola, buen mozo!... ¿Qué tal?
DAMIÁN.- Bastante disgustado... contigo en primer término. Mamá me acaba de contar todo lo que les pasa, y no me explico, francamente, cómo un hombre de tus condiciones no ha tenido el valor de sobreponerse a la situación.
JORGE.- ¿conque esas teníamos? ¡Hombre, la verdad es que me agarra sin perros tu interpelación!...