MERCEDES.- ¿Pero, qué he dicho yo?... ¡Señor! ¡Señor!... ¿Por qué somos así? En esta casa, no hay un momento de paz... Ni hablar se puede... Abre uno la boca y ya están todos con las uñas prontas para tirar el zarpazo a la primera palabra. Acabaremos por odiarnos, de esta manera.
EMILIA.- La verdad es que cada vez nos queremos menos.
MERCEDES.- ¡Quizá no te falte razón!
EMILIA.- La tengo, mamá. Lo que es, para ti, el único hijo es Damián, y de papá... ni siquiera...
LAURA.- ¿Y Tomasito?
EMILIA.- Es verdad... Es su discípulo. Lo hace estudiar para calavera y lo lleva a las carreras.
LAURA.- Y a la ruleta, por cábula. Es mascota el chico. (Señalando a MERCEDES que llora silenciosa.) ¡Fíjate aquello!.
EMILIA.- ¡Claro está!... ¡Che!... ¿Es lindo el folletín nuevo?
LAURA.- Me parece una zoncera... Puede ser que más adelante mejore. ¿Querés el diario? Yo me voy a arreglar un poco. Esos no han de tardar.
EMILIA.- ¡Es cierto! ¿Cómo está mi pelo?
LAURA.- ¡Bien! Pero no me gusta cómo te queda ese peinado: te hace más gruesa.
EMILIA.- Si me ayudas, lo cambio.
LAURA.- ¡Para lo que te cuesta!... Tengo que arreglarme yo primero.
EMILIA.- ¡Así sos, egoísta! ¡A ver mamá!... Dejate de llorar y cambiate ese vestido, que estás impresentable.
MERCEDES.- Estoy muy bien para recibir a mi hijo en mi casa.
EMILIA.- ¡Hacé lo que quieras! (A LAURA.) ¡Vamos, che! (Mutis con LAURA, por segunda derecha.)
MERCEDES y JORGE
MERCEDES.- ¡Pobres hijos!...
JORGE.- (Por foro derecha.) ¿No han venido?
MERCEDES.- No.
JORGE.- No traigo nada; ni un peso... Si Sultana no entra en la cuarta, estamos bien reventados... Le tomé dos y dos.
MERCEDES.- ¡Ah!... ¡Está bueno!
JORGE.- Estoy de jetta hoy. Le mandé un mensajero a Gutiérrez, que me prometió algo, y ni en el escritorio, ni en la casa, ni en ninguna parte se puede hallar.
MERCEDES.- ¿Y con qué cara vamos a recibirlos, después de tanto empeño en que vinieran a comer?
JORGE.- ¿Qué hace falta?
MERCEDES.- ¡Todo!
JORGE.- ¡Si el almacenero fuera capaz!
MERCEDES.- ¡Ni me hablés de eso!
JORGE.- ¡Aguardá un poco!... Algún recurso ha de haber... ¡Ah!... Pues dame la cadenita aquélla...
MERCEDES.- ¿Mi relicario? ¡Ya te he dicho que me han de enterrar con él!
JORGE.- Te aseguro que mañana lo sacamos.
MERCEDES.- ¡No, y no. Con igual seguridad hemos perdido todas nuestras alhajas!... ¡Andá y buscá!... Conforme hallás para jugarle a tu Sultana, podrás encontrar para darles de comer a los tuyos.
JORGE.- Estás muy enérgica hoy. La vuelta del hijo mimado te ha dado bríos.
MERCEDES.- ¿También vos? ¡Les ha dado fuerte con eso!
JORGE.- No, mujer. No es reproche... (Viendo entrar a EDUARDO por segunda izquierda.) ¿Ya estás vos con tu mate? ¿No te lo han prohibido?
Dichos
y EDUARDOEDUARDO.- (Entrando.) ¡Bah!... ¡Es mi único vicio!
JORGE.- Te hace mal.
EDUARDO.- ¿Y a mí qué me importa? ¡Ni a ustedes!...
JORGE.- ¡Bueno, basta!
EDUARDO.- ¡Basta!
MERCEDES.- (A JORGE.) ¿Vas o no vas?
JORGE.- Voy por hacerte el gusto, pero no te aseguro el resultado... ¡Hasta luego! (Vase por foro derecha.)
EDUARDO.- ¡Sablazo!... ¿Quién es el candidato?
MERCEDES.- ¡Qué sé yo! (Pausa).
EDUARDO.- ¿Querrás creer?... Hoy hice catorces veces el solitario de las cuarenta y no me salió. ¡Tuve ganas de romper la baraja!... Y tan fácil que es, ¿no?... (Pausa.) ¿Y las muchachas? ¿Se ha peleao mucho hoy la gente?... Y vos, ¿has llorado también?... Se te conoce en los ojos... ¡Son bravos esos bichitos!... ¡Tienen una boca!... La pava sos vos. Mirá: aquí sólo hay dos personas dignas de lástima: nosotros. Vos porque tomás la vida en serio y nadie te lleva el apunte; yo, por esta vocación que tengo para el atorrantismo... Porque a mí no me la cuenta el médico... Yo no tengo neurastenia ni un corno, sino pereza pura... ¿No estás de acuerdo, vos?
Dichos y
EMILIAEMILIA.- (Por primera izquierda.) ¿Se fue el viejo? ¿Trajo dinero? ¿Qué vamos a hacer entonces?... ¡Bonito papelón! ¡Después no quieren que una proteste y se subleve!
MERCEDES.- ¡No te aflijás!... Yo lo arreglaré todo... ¡No pasaremos vergüenza!
EMILIA.- ¿Cómo?
MERCEDES.- De una manera muy natural. Cuando venga Damián, lo llamo aparte y le pido unos pesos prestados...
EMILIA.- ¿Qué?... ¿Qué decís?... ¡No faltaría otra cosa!... Para eso, nos hubiéramos hecho invitar por ellos... ¡No harás eso!... ¿Eh?... ¡Cuidadito!
EDUARDO.- (Riéndose.) ¡Cuidadito! ¡Cuidadito!... La frescura, ¿no? (Mutis.)
MERCEDES.- ¡Lo haré! ¡Lo haré! No pienso, sépanlo bien, hacer la farsa con mi hijo... Le contaré todo, todo, todo cuanto pasa en esta casa.
EMILIA.- ¿Te has enloquecido?
MERCEDES.- Estoy muy cuerda... Todo pienso decírselo. La vida que llevamos, lo que es tu padre, lo que son ustedes...
EMILIA.- Lo que sos vos también.
MERCEDES.- Sí; lo que soy yo... El más desgraciado de los seres...
MERCEDES, EMILIA, DAMIÁN, DELFINA y LAURA
DAMIÁN.- (Por el foro con DELFINA.) ¿Se puede? Supongo que tenemos derecho a entrar sin anunciarnos.
MERCEDES.- ¿Cómo les va, mis hijos? (Saludos.)
DELFINA.- Hemos venido un poco tarde. Damián se entretuvo en sus asuntos.
DAMIÁN.- Traía la mar de encargos y comisiones, que he querido cumplir cuanto antes, para quedar libre y dedicarles el resto del día. ¿Y el viejo?
MERCEDES.- Salió hace un instante. Vendrá pronto.
DAMIÁN.- A quien no he visto es a Eduardo.
MERCEDES.- Ahí anda el pobre con su neurastenia.
DAMIÁN.- Si me hubiera ido bien, me lo llevo al Chubut. En un par de meses se ponía como nuevo. (Laura entra y besa a DELFINA.) ¿Cómo te va, Laurita? ¡Cómo ha crecido esta chica!... ¿Y, qué tal de novios?
LAURA.- ¡Oh!... ¡Hay tiempo!
MERCEDES.- Tú, Delfina, estarás contenta con la vuelta a Buenos Aires.