Sala bien amueblada; puertas laterales y al foro. A la izquierda, mesa escritorio.
EMILIO, MERCEDES, LAURA y EDUARDO
EMILIA.- ¡Oh!... No ha de estar tan fundido cuando se hospeda en el hotel. ¡Siempre cuesta eso!
MERCEDES.- En alguna parte tenía que alojarse el pobre hijo.
EMILIA.- ¡Hay tantas casas de pensión baratas!
MERCEDES.- No querrá llevar a su mujer a sitios que puedan desagradarla...
EMILIA.- ¡Oh! ¡La tana pretenciosa!... ¡Cuidado no se fuese a rebajar!...
MERCEDES.- ¡Bueno! Creo que no tenemos derecho a decir nada. ¡Donde debió hospedarse Damián es aquí, en casa de sus padres, en su casa!... ¡Nos hemos portado muy bien con él!... ¡Muy bien!
EMILIA.- ¡Cómo para huéspedes está la casa!
LAURA.- ¡Si hubiese venido solo, menos mal!...
EMILIA.- ¡Ni solo! ¡Quien coma es lo único que sobra en esta casa!
MERCEDES.- Y lo único que falta es quien trabaje.
EDUARDO.- ¿Empezamos con las indirectas? ¿Saben que me tienen harto ya?
EMILIA.- Pues me felicito, hermano. De un tiempo a esta parte, aquí nadie se harta de nada.
MERCEDES.- ¿Por culpa mía, no?
EMILIA.- No señora, no. Por culpa nuestra, ¿verdad, Laura?
LAURA.- ¡Claro está! Todavía no hemos encontrado un novio capaz de casarse y mantener a toda la familia.
EMILIA.- Sin embargo, no deben afligirse. Hay muchos medios de buscar fortuna.
MERCEDES.- ¡Grosera! (Vase por primera derecha.)
EMILIA.- ¡Oh! ¿Para qué empiezas? ¡Bien sabes que no nos mordemos la lengua!
EDUARDO.- Lo que digo es que tiene razón mamá. Damián ha debido venir a esta casa. Lo que había de gastar en otra parte lo gastaría con nosotros y salvamos la petiza.
EMILIA.- ¡Muy bonito es vivir de limosna! Vos para los negocios tenés un sentido práctico admirable.
LAURA.- Limosna, no. Retribución de servicios, en todo caso.
EDUARDO.- Peor es vivir del cuento.
EMILIA.- ¡Cuándo no habías de salir con alguna patochada, guarango!
EDUARDO.- ¿Para qué tanto orgullo, entonces?
EMILIA.- Tengo en qué fundarlo, ¿sabés?
EDUARDO.- ¡Miseria!
EMILIA.- Vergüenza y delicadeza. Todo lo que a vos te falta.
EDUARDO.- ¡Callate, idiota!
EMILIA.- ¡Andá a trabajar!... ¡Será mejor!
EDUARDO.- ¿Para mantenerlas a ustedes? ¿Para costearles los lujos y la parada?... ¡Se acabó el tiempo de los zonzos!
EMILIA.- ¡Zángano!
EDUARDO.- ¡Laboriosa!
LAURA.- (Que lee un diario.) ¡Mirá, che, quién se casa!... Luisa Fernández, con el doctor Pérez. ¡Fijate!...
EMILIA.- ¡Qué me contás! ¿Y ya sale en la vida social? ¡Quién le iba a decir a la almacenerita! ¡Lo que es tener plata!
LAURA.- Y el mozo es muy bien.
EMILIA.- ¡Quién sabe, che! ¡Hay tantos doctorcitos hoy en día, que uno no sabe de dónde han salido!
EDUARDO.- Eso es... despellejen... corten no más... La diversión más entretenida y económica... (A EMILIA.) ¿Dónde dejaste el mate, vos?
EMILIA.- Buscalo con toda tu alma.
MERCEDES.- ¡Caramba con Jorge, que no aparece!
EDUARDO.- ¿Aguardás a papá? Hoy, ¿qué día es?... ¿Jueves?... ¡Carreras en Belgrano!... ¡Espéralo sentada!
MERCEDES.- No puede haberse olvidado de que Damián viene esta tarde. Además, sabe que no tengo dinero, y hay que comprar todo para la comida.
EDUARDO.- ¡Ah!... ¿Comemos hoy? ¿Festejando qué cosa?
MERCEDES.- ¡Uf! ¡Son muy graciosos todos, toda la gente, de esta casa! ¿Qué importa que nos devore la miseria, ni vivir una vida de vergüenza y oprobio, debiendo a cada santo una vela, pechando y estafando a las relaciones, desconceptuados, despreciados?...
EMILIA.- ¡Despreciados, no!
MERCEDES.- ¡Despreciados, sí, despreciados! ¡Nada les preocupa, ni les quita el buen humor!... La verdad es que no sé qué laya de sangre tienen ustedes. ¿Que no hay que comer?... ¡Nunca tan alegres y jaranistas!... ¿Que nos embargan los muebles?... ¡Pues viva la patria!... ¿Que el viejo hace una de las suyas?... ¿Han visto que tipo rico?...
EMILIA.- Vea, señora: ya no se usa llorar por eso.
MERCEDES.- No; no les pido que lloren, sino...
EMILIA.- ¿Qué?
MERCEDES.- Nada, nada... Damián no es como ustedes, no.
EMILIA.- ¡Oh! Es una monada su hijito. Si no fuera por él, no andaríamos tan bien vestidos, ni pasearíamos tanto, ni cumpliríamos con nuestras relaciones, ni siquiera comeríamos regularmente.
LAURA.- (Irónica.) ¡Ni tendríamos todas estas alhajas!
MERCEDES.- No tiene obligación de mantenernos.
EDUARDO.- Pero yo, sí ¿verdad?... ¡Aquí te quería!... Para tu Damián, que está en buena posición, sino rico, y no se acuerda de nosotros, ni un reproche... Todos me los reservás... ¡Te agradezco la preferencia!
MERCEDES.- Sabe ganarse la vida, se ha hecho un hombre, y, lejos de sernos gravoso, bastante nos ayudaba.
EMILIA.- ¡Ayudaba!... ¡Bien dicho!
EDUARDO.- Creo que yo no les hago mucho peso... Como cuando hay, duermo en un rincón, y, a veces, hasta les ayudo en las tareas de la casa... ¿Qué más quieren?... Además lo he repetido hasta el cansancio... ¡No quiero trabajar!... ¡No quiero trabajar!... Cuando se aburran de tenerme en casa, me lo dicen... ¡Me pego un tiro y se acabó!...
MERCEDES.- ¡Ave María!... ¡Muchacho!... ¡No digas locuras, por Dios!...
EDUARDO.- Y lo hago, ¿eh?... ¡No crean que es parada!... (A EMILIA.) ¿Dónde dejaste el mate?
EMILIA.- En el comedor.
EDUARDO.- ¡Gracias! (Vase.)
Dichos, menos EDUARDO
EMILIA.- (A MERCEDES.) ¡Ahí tenés lo que sacás con meterte a hablar de zonceras! Al otro le vuelve la manía y es capaz de hacer una locura.