|
|
Páginas
(1)
2
3
4
5
6
|
|
A Gonzalo Esteva y Cuevas
Pocas mañanas hay tan alegres, tan frescas, tan azules
como esta mañana de San Juan. El cielo está muy limpio, "como
si los ángeles lo hubieran lavado por la mañana";
llovió anoche y todavía cuelgan de las ramas brazaletes de
rocío que se evaporan luego que el sol brilla, como los sueños
luego que amanece; los insectos se ahogan en las gotas de agua que resbalan por
las hojas, y se aspira con regocijo ese olor delicioso de tierra húmeda,
que sólo puede compararse con el olor de los cabellos negros, con el olor
de la epidermis blanca y el olor de las páginas recién impresas.
También la naturaleza sale de la alberca con el cabello suelto y la
garganta descubierta; los pájaros, que se emborrachan con agua, cantan
mucho, y los niños del pueblo hunden su cara en la gran palangana de
metal. ¡Oh, mañanita de San Juan, la de camisa limpia y jabones
perfumados, yo quisiera mirarte lejos de estos calderos en que hierve grasa
humana; quisiera contemplarte al aire libre, allí donde apareces virgen
todavía, con los brazos muy blancos y los rizos húmedos!
Allí eres virgen: cuando llegas a la ciudad, tus labios rojos han besado
mucho, muchas guedejas rubias de tu undívago cabello se han quedado en
las manos de tus mil amantes, como queda el vellón de los corderos en los
zarzales del camino; muchos brazos han rodeado tu cintura; traes en el cuello la
marca roja de una mordida, y vienes tambaleando, con traje de raso blanco
todavía, pero ya prostituido, profanado, semejante al de Giroflé
después de la comida, cuando la novia muerde sus inmaculados azahares y
empapa sus cabellos en el vino. ¡No, mañanita de San Juan,
así yo no te quiero! Me gustas en el campo: allí donde se miran
tus azules ojitos y tus trenzas de oro. Bajas por la escarpada colina poco a
poco; llamas a la puerta o entornas sigilosamente la ventana para que tu mirada
alumbre el interior, y todos te recibimos como reciben los enfermos la salud,
los pobres la riqueza y los corazones el amor. ¿No eres amorosa?
¿No eres muy rica? ¿No eres sana? Cuando vienes, los novios hacen
sus eternos juramentos; los que padecen, se levantan vueltos a la vida; y la
dorada luz de tus cabellos siembra de lentejuelas y monedas de oro el verde
oscuro de los campos, el fondo de los ríos y la pequeña mesa de
madera pobre en que se desayunan los humildes, bebiendo un tarro de espumosa
leche, mientras la vaca muge en el establo. ¡Ah! Yo quisiera mirarte
así cuando eres virgen, y besar las mejillas de Ninón...
¡sus mejillas de sonrosado terciopelo y sus hombros de raso blanco!
|
|
Páginas
(1)
2
3
4
5
6
|
|
Consiga La mañana de San Juan de Manuel Gutiérrez Najera en esta página.
|
|
|
 |
|