Era en el bosque, de mañana. La bruma enredada en los matorrales, se desgarraba al fulgor de los tiros de fusil. Apenas nos veíamos. De repente el niño lanzó un gran grito.
-¡Ahí está, ahí está! ¡Ya le veo, detrás de aquella encina grande!
Señalaba un árbol aislado en un claro del bosque, y tras del cual parecía, en efecto, moverse un jinete. Había reconocido al oficial de hulanos. Quiso lanzarse hacia él. El salto lo descubrió, y cayó con un balazo en el pecho. El oficial le había descargado un tiro de revólver.
-¡Cochino cobarde! -gritó el zapador. Y con su mano segura y certera, apuntó lentamente.
¡Paf! el caballo del oficial tenía una pata de adelante rota, y cayó apretando debajo al hulano.
-¡Venguemos al chico! -gritó el zapador.
Cruzamos el claro a la carrera. Los prusianos, viendo a su jefe en el suelo, escapaban delante. El zapador fue el primero que llegó junto al oficial, y recibió un balazo en el quepis, que voló como un pájaro.
-¡Sigue tirando, amiguito! -le dijo tomándole la muñeca en su puño de acero.
Los cuatro últimos tiros del revólver fueron al aire, y el zapador, sacando a su prisionero apretado por el caballo, le puso la rodilla en el pecho.
-¡Traigan al chico!--dijo.
El niño estaba en los estertores.
-No se puede -le contestaron. -Se va a morir.
-¡Voto va!-exclamó el viejo contrabandista, -pues no hay que dejar que se vaya sin que quede satisfecho, y tomando al oficial entre sus brazos, sosteniéndole las manos detrás, lo condujo junto al niño.
Éste tuvo una sonrisa de alegría, y pareció revivir.
-¡Cobarde, cobarde!- murmuraba.
Le habían sentado contra un árbol, y el zapador sostenía delante de él y de rodillas al oficial.
--¡Mátale, hijo mío, mátale! ¡Ya sabes que te lo he prometido! ...
El niño acariciaba con mano convulsa el chassepot que yacía por el suelo, entre sus piernas. De repente, con un movimiento brusco, reuniendo todo el vigor que le restaba en un postrer esfuerzo, apoyó la culata de su arma en el pecho herido, dirigió el caño hacia la cara del alemán, y disparó el tiro cerrando los ojos.
El oficial tenía la cabeza destrozada, el niño había muerto.
-¡Pobre chico! -dijo el zapador sorbiéndose un lagrimón, -¡de todos modos, ha tenido su buen aguinaldo! ...