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Resonancia Cuando hablamos de estar con el otro estamos hablando de un fenómeno de resonancia. En realidad yo no puedo estar con el otro sino con mi propia consciencia y el impacto que se produce en ella en contacto con el otro. El otro vibra con una emoción, por ejemplo. Yo no puedo sentir “su” emoción; lo que realmente sucede es que yo percibo, en mi consciencia, algo que resuena, y creo que es el otro. Según la propia conexión interior, la persona tendrá mayor o menor capacidad de captación, de manera más o menos fiel, de aquello que el otro emite. Para que haya mayor fidelidad, es necesario que la persona haya ampliado su propia consciencia para poder incluir una amplia gama de experiencias humanas. Podrá así reconocer y catalogar una gran cantidad de vivencias internas y a través de ellas conocer al otro y al mundo externo. El nivel de profundidad y de variedad de la resonancia se traduce en las diferentes vivencias que distintas personas tienen de un mismo fenómeno, situación, y otras personas. Según el grado de captación de uno y otro, ayudado y ayudador, será la profundidad y fecundidad del vínculo. Es sólo a través de nuestra consciencia que podemos percibir el mundo. Llegará un momento en que nuestra capacidad de resonancia se ampliará como para poder percibir el Universo, El Bien Supremo, La Belleza Eterna. Este tema lo profundizaremos en el capítulo 11: “El camino de la ayuda”. Agradecer Así como la ayuda está indisolublemente unida al acto de amar, también lo está al sentimiento de gratitud. Porque quien ha recibido ayuda y quien la ha dado, se ha abierto a la posibilidad de agradecer, uno al haber recibido, y el otro al haber dado, y ambos por compartir. Agradecer todo lo bueno que hemos recibido es un primer paso. Un nivel aun más elevado de gratitud es cuando podemos agradecer los obstáculos, los sinsabores, los dolores, y no sólo las cosas que, al menos aparentemente, son fáciles de agradecer. Esto sucede cuando comprendemos que todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos sufrido, ha sido necesario para llegar al momento actual, que todo nos ha enseñado algo, si es que hemos podido tomarlo y aprender de ello, que el sufrimiento nos ha hecho más compasivos, más humildes, que ha sido en beneficio de nuestra evolución. Esto lo trataremos en el capítulo 2: El sufrimiento y la Vida como Escuela y en el capítulo 10: Cualidades del Ayudador.
Unanimidad Consideramos que la ayuda que realmente ayuda apunta a la ampliación de la consciencia. Si el que ayuda tiene esta consciencia de unidad de toda la humanidad y de la humanidad con la naturaleza, puede colaborar con el otro para que encuentre su particular forma, sin dejar de percibirse parte de la Unidad total. Es decir, aprender a decir sí a la unanimidad y no a la uniformidad. Cuando la consciencia es adolescente, vive como los adolescentes, que necesitan uniformarse para reconocer la unidad: todos se visten de la misma manera, hablan de la misma manera, se reconocen en la misma forma de ser, de pensar, de entender la vida. Cuando la consciencia crece, comienza a aceptar las diferencias como riqueza: tu manera de vestir o de hablar distinta de la mía, me divierte. Tu manera de pensar me abre la mente, no me amenaza. Cuando maduramos podemos reconocer las diferencias entre los seres humanos como parte de la maravilla de la creación, así como las diferencias y la riqueza en los otros reinos, vegetal, animal, mineral. Y podemos comprender que es natural que todos seamos distintos, y pese a ello reconocernos en una unidad de base: la esencia de la existencia. El amor, como decíamos, es la consciencia de esta unidad de base, y gracias a esta consciencia podemos aceptar las diferencias con gusto, con entusiasmo incluso. La ayuda que realmente ayuda está al servicio de la reconciliación, de la unidad, de la paz. La paz de la que hablamos no excluye la lucha. ¿Puede ello ser posible? Quizás si imagináramos a dos contendientes en una sesión de aikido u otro arte marcial, podremos acercarnos a esta idea. La lucha es esencial en la vida, y no tiene por qué incluir odio. A veces es preciso ayudar a que el otro aprenda a luchar por sus ideales, a favor de lo que siente y considera correcto. La verdadera ayuda nos enseña a reconocer lo que es, a integrar las aparentes contradicciones en una unidad que las engloba, a incluir y no excluir, a ser actores y autores, a hacernos cargo de lo que nos corresponde. La concepción filosófica subyacente en este libro la presentaremos en el próximo capítulo 1: “La Ayuda que Ayuda”. |
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Consiga El arte de ayudar, su luz y su sombra de Chalcoff, Felisa Casanovas, Claudia en esta página.
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