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Estándose, pues, la tal señora dando pesadumbre y asco a su espejo, cogida de la Hora, se confundió en manotadas, dándose con el solimán en los cabellos, y con el humo en los dientes, y con la cerilla en las cejas, y con la color en la frente, y encajándose el moño en las quijadas, y atacándose las borrenes al revés, quedó cana y cisco, y Antón Pintado y Antón Colorado, y barbada de rizos, y hecha abrojo, con cuatro corcovas, vuelta visión y cochino de San Antón. La dueña, entendiendo que se había vuelto loca, echó a correr con los andularios de requiem en las manos; la muchacha se desmayó, como si viera al diablo; ella salió tras la dueña, hecha un infierno, chorreando pantasmas. Al ruido salió el marido, y viéndola, creyó que eran espíritus que se la habían revestido, y partió de carrera a llamar quien la conjurase.
- XIII -Un gran señor fue a visitar la cárcel de su Corte, que le dijeron servía de heredad y bolsa a los que tenían a su cargo, que de los delitos hacían mercancía y de los delincuentes tienda, trocando los ladrones en oro y los homicidas en buena moneda. Mandó que sacasen a visita los encarcelados, y halló que los habían preso por los delitos que habían cometido y que los tenían presos por los que su codicia cometía con ellos. Supo que a los unos contaban lo que habían hurtado y podido hurtar, y a otros lo que tenían y podían tener, y que duraba la causa todo el tiempo que duraba el caudal, y que precisamente el día del postrero maravedí era el día del castigo, y que los prendían por el mal que habían hecho, y los justiciaban porque ya no tenían. Saliéronse a visitar dos que habían de ahorcar al otro día; al uno, porque le había perdonado la parte, le tenían como libre; al otro por hurtos ahorcaban, habiendo tres años que estaba preso, en los cuales le habían comido los hurtos, y su hacienda, y la de su padre y su mujer, en quien tenía dos hijos. Cogió la Hora al gran señor en esta visita, y, demudado de color, dijo: -«A este que libráis porque perdonó la parte, ahorcaréis mañana; porque, si esto se hace, es instituir mercado público de vidas y hacer que, por el dinero del concierto con que se compra el perdón, sea mercancía la vida del marido para la mujer, y la del padre para el hijo, y la del hijo para el padre; y en poniéndose los perdones de muerte en venta, las vidas de todos están en almoneda pública, y el dinero inhibe en la justicia el escarmiento, por ser muy fácil de persuadir a las partes que les serán más útil mil escudos, o quinientos, que un ahorcado. Dos partes hay en todas las culpas públicas: la ofendida y la justicia; y es tan conveniente que ésta castigue lo que le pertenece, como que aquélla perdone lo que le toca. Este ladrón, que después de tres años de prisión queréis ahorcar, echaréis a galeras; porque como tres años ha estuviera justamente ahorcado, hoy será injusticia muy cruel, pues será ahorcar, con el que pecó, a su padre, a sus hijos y a su mujer, que son inocentes, a quien habéis vosotros comido y hurtado con la dilación las haciendas. Acuérdome del cuento del que, enfadado de que los ratones te roían papelillos, y mendrugos de pan, y cortezas de queso, y los zapatos viejos, trujo gatos que le cazasen los ratones; y viendo que los gatos se comían los ratones, y juntamente un día le sacaban la carne de la olla, otro se la desensartaban del asador, que ya le cogían una paloma, ya una pierna de carnero, mató los gatos y dijo: 'Vuelvan los ratones'. Aplicad vosotros este chiste, pues como gatazos, en lugar de limpiar la república, cazáis y coméis los ladrones ratoncillos que cortan una bolsa, agarran un pañizuelo, quitan una capa y corren un sombrero, y juntamente os engullís el reino, robáis las haciendas y asoláis las familias. ¡Infames! ratones quiero, y no gatos.» Diciendo esto, mandó soltar todos los presos, y prender todos los ministros de la cárcel. Armóse una herrería y confusión espantosa: trocaban unos con otros quejas y alaridos; los que tenían los grillos y las cadenas se las echaban a los que se las mandaron echar y se las echaron.
- XIV -Iban diferentes mujeres por la calle; las unas a pie, y aunque algunas dellas se tomaban ya de los años, iban gorjeándose de andadura y desviviéndose de ponleví, y naguas; otras iban embolsadas en coches, desantañándose de navidades, con melindres y manoteado de cortinas; otras, tocadas de gorgoritas y vestidas de noli me tangere iban en figura de camarines en una alacena de cristal con resabios de hornos de vidrio, romanadas por dos moros, o cuando mejor, por dos pícaros; llevaban las tales trasparentes los ojos en muy estrecha vecindad con las nalgas del mozo delantero, y las narices molestadas del zumo de sus pies, que como no pasa por escarpines, se perfuma de Fregenal. Unas y otras iban reciennaciéndose, arrulladas de galas, y con niña postiza callando la vieja como la caca, pasando a la perspectiva o arismética de los ojos los ataúdes por las cunas. Cogiólas la Hora y, topándolas Estoflerino y Magirio y Origano y Argolio con sus efemérides desenvainadas, embistieron con ellas a ponerlas a todas las fechas de sus vidas, con día, mes y año, Hora, minutos y segundos. Decían con voces descompuestas: «Demonios, reconoced vuestra fecha como vuestra sentencia; cuarenta y dos años tienes, dos meses y cinco días, dos horas, nueve minutos y veinte segundos.» |
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La hora de todos y la fortuna con seso
de Francisco de Quevedo
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