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Por la mesma calle, poco detrás, venía un azotado, con la palabra del verdugo delante chillando, y con las mariposas del sepancuantos detrás, y el susodicho en un borrico, desnudo de medio arriba, como nadador de rebenque. Cogióle la Hora, y, derramando un rocín al alguacil que llevaba, y el borrico al azotado, el rocín se puso debajo del azotado y el borrico debajo del alguacil; y mudando lugares, empezó a recibir los pencazos el que acompañaba al que los recibía, y el que los recibía a acompañar al que le acompañaba. El escribano se apeó para remediarlo, y, sacando la pluma, le cogió la Hora, Y se la alargó en remo, y empezó a bogar cuando quería escribir. - III -Atravesaban por otra calle unos chirriones de basura, y llegando enfrente de una botica, los cogió la Hora, y empezó a rebosar la basura, y salirse de los chirriones, y entrarse en la botica, de donde saltaban los botes y redomas, zampándose en los chirriones con un ruido y admiración increíble; y como se encontraban al salir y al entrar los botes y la basura, se notó que la basura, muy melindrosa, decía a los botes: «Háganse allá.» Los basureros ayudaban con escobas y palas, traspalando en los chirriones mujeres afeitadas, y gangosos, y teñidos, sin poder nadie remediarlo. - IV - Había hecho un bellaco una casa de grande ostentación con resabios de palacio y portada sobrescrita de grandes genealogías de piedra. Su dueño era un ladrón que, por debajo de su oficio, había hurtado el caudal con que la edificó. Estaba dentro y tenía cédula a la puerta para alquilar tres cuartos. Cogióle la Hora. ¡Oh, inmenso Dios, quién podrá referir tal portento! Pues, piedra por piedra, ladrillo por ladrillo, se empezó a deshacer, y las tejas, unas saltaban a unos tejados, y otras a otros. Veíanse vigas, puertas y ventanas entrar por diferentes casas con espanto de sus dueños, que la restitución tuvieron a terremoto y a fin del mundo. Iban las rejas y las celosías buscando sus dueños de calle en calle. Las armas de la portada partieron como rayos a restituirse a la Montaña a una casa de solar, a quien este maldito había achacado su pícaro nacimiento. Quedó desnudo de paredes y en cueros de edificio, y sólo en una esquina quedó la cédula de alquiler que tenía puesta, tan mudada por la fuerza de la Hora, que donde decía: «Quien quisiere alquilar esta casa vacía, entre, que dentro vive su dueño», se leía: «Quien quisiere alquilar este ladrón, que está vacío de su casa, entre sin llamar, pues la casa no lo estorba.»
- V -Vivía enfrente déste un mohatrero que prestaba sobre prendas, y viendo afufarse la casa de su vecino, quiso prevenirse, diciendo: «¿Las casas se mudan de los dueños? ¡Mala invención!» Y por presto que quiso ponerse en salvo, cogido de la Hora, un escritorio y una colgadura y un bufete de plata, que tenía cautivos de intereses argeles, con tanta violencia se desclavaron de las paredes y se desasieron, que al salirse por la ventana un tapiz, le cogió en el camino y, revolviéndosele al cuerpo, amortajado en figurones, le arrancó y llevó en el aire más de cien pasos, donde, desliado, cayó en un tejado, no sin crujido del costillaje; desde donde, con desesperación, vio pasar cuanto tenía, en busca de sus dueños, y detrás de todo una ejecutoria, sobre la cual, por dos meses, había prestado a su dueño doscientos reales, con ribete de cincuenta más. Esta, (¡oh estraña maravilla!), al pasar, le dijo: «Morato Arráez de prendas, si mi amo por mí no puede ser preso por deudas, ¿qué razón hay para que tú por deudas me tengas presa a mi?» Y diciendo esto se zampó en un bodegón, donde el hidalgo estaba disimulando ganas de comer, con el estómago de rebozo, acechando unas tajadas que so el poder de otras muelas rechinaban.
- VI -Un hablador plenario, que de lo que le sobra de palabras a dos leguas pueden moler otros diez habladores, estaba anegando en prosa su barrio, desatada la tarabilla en diluvios de conversación. Cogióle la Hora, y quedó tartamudo y tan zancajoso de pronunciación, que, a cada letra que pronunciaba, se ahorcaba en pujos de be a ba; y como el pobre padecía, paró la lluvia con la retención, y empezó a rebosar charla por los ojos y por los oídos.
- VII -Estaban unos senadores votando un pleito. Uno dellos, de puro maldito, estaba pensando cómo podría condenar a entreambas partes. Otro, incapaz , que no entendía la justicia de ninguno de los dos litigantes, estaba determinando su voto por aquellos dos textos de los idiotas: «Dios se la depare buena» y «dé donde diere». Otro, caduco, que se había dormido en la relación, discípulo de la mujer de Pilatos en alegar sueño, estaba trazando a cuál de sus compañeros seguiría, sentenciando a trochemoche. Otro, que era doto y virtuoso juez, estaba como vendido al lado de otro que estaba como comprado, senador brujo untado. Este alegó leyes torcidas, que pudieran arder en un candil, y trujo a su voto al dormido y al tonto y al malvado. Y habiendo hecho sentencia, al pronunciarla les cogió la Hora, y en lugar de decir: «Fallamos que debemos condenar y condenamos», dijeron: «Fallamos que debemos condenarnos y nos condenamos.» «Ese sea su nombre», dijo una voz. Y al instante se les volvieron las togas pellejos de culebras, y arremetiendo los unos con los otros, se trataban de monederos falsos de la verdad. Y de tal suerte se repelaron, que las barbas de los unos se veían en las manos de los otros, quedando las caras lampiñas y las uñas barbadas, en señal de que juzgaban con ellas y para ellas, por lo cual las competía la zalea jurisconsulta.
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La hora de todos y la fortuna con seso
de Francisco de Quevedo
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