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-¡Oh!- comenté-. En ese caso apuesto cualquier cosa a que vuestra Alteza no le da a una carta ni siquiera a veinte pasos; la pistola requiere un ejercicio diario. Lo sé por experiencia. En nuestro regimiento se me tenía por uno de los mejores tiradores. En una ocasión dejé de manejar la pistola por un mes entero, porque mis armas estaban en reparación. ¿Y qué diría que sucedió, Alteza? La primera vez que volví a tirar, erré cuatro veces seguidas a una botella a veinte pasos. En nuestro regimiento había un sargento, hombre ingenioso y muy dado a las bromas, que estando presente por casualidad dijo: "Está visto, amiguito, que has perdido la costumbre de habértelas con una botella". Créame, vuestra Alteza. Hay que cultivar esta habilidad, porque el día menos pensado se olvida lo que se ha aprendido. El tirador más diestro que encontré en mi vida practicaba todos los días, tres veces por lo menos, antes de la comida. Esto estaba en él tan arraigado, como la copita de vodka que tomaba como aperitivo.

A los condes les satisfizo mi locuacidad.

-¿Y cómo tiraba?- preguntóme el conde.

-A veces veía una mosca que acababa de posarse en la pared... ¿Lo toma usted a risa, condesa? Pues es cierto... Veía una mosca y gritaba: "¡Kuzka, mi pistola!". El criado le llevaba con celeridad una pistola cargada. Él disparaba entonces y enterraba la mosca en la pared...

-¡Asombroso!- dijo el conde-. ¿Y cuál era su nombre?

-Silvio, Alteza.

-¡Silvio!- exclamó el conde, incorporándose de un salto--. ¿Usted conoció a Silvio?

-¿Que si lo conocí, Alteza? Eramos amigos. En nuestro regimiento fue recibido como un verdadero compañero... pero desde hace cinco años, no sé nada de él. Así que también vuestra Alteza lo conoció, ¿no es verdad?

-Lo conocí muy bien. ¿No le contó acaso un suceso muy extraño?

-¿El de una bofetada, Alteza, que recibió en un baile?

-¿Y no le dijo a usted el nombre...?

-No, Alteza, no me lo dijo. ¡Ah!- proseguí, al intuir la verdad- ¿Fue quizás vuestra Alteza?

-Yo fui- respondió el conde, con aire extremadamente distraído-; esa pintura agujereada a balazos es un recuerdo de nuestro último encuentro.

-¡Ay!- dijo la condesa-. ¡No lo cuentes, por Dios!... Me horroriza escucharlo.

-No puedo complacerte- replicó el conde-. Lo contaré todo. El señor sabe cómo ofendí a su amigo y conviene que sepa también cómo Silvio se vengó de mí.

Me ofreció el sillón y yo, con viva curiosidad, escuché el siguiente relato:

-Hace cinco años me case. El primer mes, "the honey moon", lo pasé aquí, en esta aldea. En esta casa viví los instantes más hermosos de mi vida, pero a ella le debo también uno de mis recuerdos más dolorosos.

 
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