|
|
Páginas
1
2
3
4
(5)
6
7
8
9
|
|
Psicológicamente, las
reacciones ante una frustración pueden tomar distintos modelos: continuar la
lucha por el objetivo; mantenerse a la espera; descubrir nuevos caminos y
soluciones; reacciones inadecuadas como agresión, el sentimiento de culpa, la
regresión, la represión, la negación de la realidad, etc. El que se produzca uno
u otro modelo de conducta depende de la personalidad y las experiencias previas
del sujeto, de la situación, de la clase de frustración y del medio
sociocultural. Las frustraciones que desatan más agresividad son las que se
acompañan de los sentimientos de miedo, temor, celos, envidia o impotencia. De
nuevo me remito a Freud para este tema, el cual considera a la agresividad como
una manifestación del instinto de muerte: uno se suicida no para morir, sino
para cambiar de modo de vivir. El suicidio sería la forma más extrema de la
autoagresividad. Del suicidio hablaré en breves palabras posteriormente. Sin
adelantarme en materia al tema de la personalidad, de la que quiero tratar unas
líneas, y para terminar con esta síntesis de la agresividad, sólo mencionar que
las características físicas hoy día no pueden tomarse como índice del perfil
psicológico, al que aludiré más tarde, lo que sí puede encontrarse es la
existencia de una correlación positiva entre las malformaciones corporales y la
criminalidad. La foto-robot del biotipo atlético del delincuente sería:
constitución mesamórfica y atlética; temperamento extravertido muy impulsivo y
agresivo; carácter desconfiado, rebelde, aventurero, necesitado de afirmación
social.; con pensamiento directo y muy concreto; proveniente de un hogar en el
que ha crecido con poca comprensión. La agresividad se encuentra muy exaltada en
ciertos desarrollos neuróticos de la personalidad, donde el sentimiento de
inferioridad plantea por compensación una exagerada necesidad de autoafirmación.
El síndrome paranoide suele acompañarse de una poderosa pulsión agresiva. El
sujeto se considera el centro del mundo y por ello relaciona con su propia
persona la mayor parte de las cosas que suceden a su alrededor. Y ese dolor a la
frustración, al estado psicótico en el que vive, dolor agridulce que conlleva en
muchas ocasiones al suicidio, definido como el acto por el cual alguien se da
muerte a sí mismo. En muchas ocasiones, el sentimiento de culpa tras un acto
agresivo conlleva al suicidio cobardemente del agresor, por no soportar lo que
se le viene encima, hablando en todos los aspectos. Esto se da desgraciadamente
en muchos casos de lo que se llama
hoy día violencia de género, donde el hombre por lo general, tras
asesinar a su mujer, se quita la vida. Muchos condenados a muerte lo han hecho
ahorcándose en sus celdas antes de la llegada del angustioso momento,
prefiriendo ellos decidir por el futuro del destino que pasa por sus manos. En
cuanto acto libre y voluntario, el suicidio ha sido considerado por algunos
autores como manifestación suprema de la libertad del individuo frente a la
necesidad de la naturaleza. Pero también se ha considerado que es un acto que
atenta contra la ley natural que impone el deber de la conservación de la propia
vida, razón por la cual ha sido condenado por muchos autores. Para los estoicos,
remitiéndome históricamente a este tema, el suicidio está justificado si el
seguir viviendo impide el cumplimiento del propio deber o amenaza la dignidad.
La persona que llega a la certeza de esta situación es preferible que se de
muerte, ya que es más importante vivir bien que simplemente vivir. Para los
epicúreos, el dolor irremediable o la desgracia inevitable justifican el
suicidio. Forma cobarde o no de vivir, inevitablemente se llega a la muerte,
a la cesación definitiva de la vida. Desde una perspectiva general, la muerte es
un fenómeno biológico natural que implica el fin irreversible de las funciones
vitales. Desde este punto de vista se plantea un problema que es a la vez
técnico y ético, a saber: el de la determinación exacta del momento de la
muerte. Por lo que se refiere al ser humano, se han dado diversos criterios.
Así, se ha considerado el fin de la respiración, el cese de la actividad
cardiaca, y más recientemente el fin de la actividad cerebral. En este último
caso se parte del supuesto filosófico de considerar que es la actividad cerebral
la que determina la característica específicamente humana, razón por la cual, en
su ausencia, aunque no haya cesado la actividad cardiorrespiratoria, se está en
presencia de una vida no humana. En cualquier caso debe distinguirse entre los
criterios para la determinación de la muerte de la concepción de ésta. El primer
problema es técnico, el segundo es filosófico. Mientras que la muerte es un
hecho que afecta necesariamente a todo ser vivo, se puede considerar que la
noción de la muerte es específicamente humana en cuanto sólo el hombre tiene la
conciencia plena de su inexorabilidad y se plantea el problema de una hipotética
vida después de la muerte. Desde esta perspectiva, la muerte forma parte del
sentido general de la vida humana. Por ello, algunos filósofos consideran la
filosofía como una meditación de la muerte. Ante lo inevitable de la muerte y su
carácter de negación radical de la vida, algunos pensadores han destacado lo
absurdo de la vida que ha de acabar necesariamente con la muerte. Este es el
fondo de la angustia existencial, que se acentúa al considerar que la muerte no
solo es un hecho, sino un proceso: desde que nacemos estamos condenados a la
muerte. La imposibilidad de vivir la propia muerte, e incluso pensarla, pues
cuando lo intentamos podemos imaginar nuestro cuerpo muerto, pero mientras lo
imaginamos seguimos pensando y por tanto, nuestro yo sigue siendo el punto
referencial, constituye el fondo de la creencia en el dualismo mente-cuerpo, y
de las creencias religiosas que afirman la inmortalidad del alma. Estas
creencias basadas en el dualismo psicofísico adoptan históricamente diversas
formas. En primer lugar, aparecen las creencias basadas en la concepción de una
caída o pecado original. Según estas doctrinas, que ejemplifican el cristianismo
y el orfismo, la muerte debe entenderse como la liberación del alma de la cárcel
corporal. En cambio la doctrina aristotélica que concibe el alma como forma del
hombre, cuya materia es el cuerpo, implica que el alma no puede subsistir
independientemente del cuerpo, y por tanto, no puede ser inmortal. Santo Tomás
interpreta la teoría aristotélica desde el cristianismo, pero como el
cristianismo sostiene la inmortalidad del alma, y ésta, en cuanto forma del
cuerpo, no puede subsistir independientemente, se verá obligado no sólo a
afirmar la resurrección del alma, sino también de la carne. En todas estas
doctrinas dualistas y religiosas, más que asumir la muerte como negación radical
de la vida, lo que se hace es negarla, convirtiéndola en meramente corporal y
declarándola solamente un transito hacia otra forma de vida. A su vez, la
resurrección también ha sido entendida históricamente de diversas maneras. Así,
algunas creencias sostienen las reencarnaciones sucesivas o la transmigración de
las almas.
|
|
Páginas
1
2
3
4
(5)
6
7
8
9
|
|
Consiga Microhistorias de David Mendoza en esta página.
|
|
|
 |
|