La Sra. Bacca se cubrió el rostro y nuca con ambos brazos y
retrocedió ante los insistentes picoteos de esos pájaros malditos, pero no pudo
evitar que le lastimaran la frente, manos y, también en un descuido, que le
hirieran su ojo derecho.
La Sra. Bacca gemía de dolor, balanceando sus brazos en todas
direcciones, y el extranjero trataba de ayudarla, haciendo lo posible por
espantar esas palomas. Pero todo era en vano. ya era demasiado tarde.
Lo último que la Sra. Bacca vio con su ojo sano unos segundos
antes de caer por el precipicio, impulsada por los fuertes picoteos de esos
pájaros furiosos, fue la mirada del único hombre que alguna vez se había
interesado en ella, y la figura de aquellas palomas que, tontas como son, no se
habían resistido ante unas pocas migajas de pan que le cubrían el mugroso
vestido.