El ascensor se detuvo y la Sra. Bacca salió del mismo. Comenzó a
correr por un pasillo alfombrado con lujosas puertas a ambos lados, el cual
terminaba en una escalera bastante descuidada. La subió hasta llegar a una
puerta con la inscripción de "salida de emergencia", la abrió y salió al aire
libre, recibiendo una brisa que le pegó en la cara como una suave cachetada.
Estaba en lo más alto del edificio. Ya había perdido la cuenta del
piso en el que se encontraba. Pero era irrelevante saberlo: La muerte la iba a
sentir de todos modos.
La Sra. Bacca lentamente se acercó al borde de la terraza y miró
hacia abajo. Podía ver todo en miniatura. Casas, autos, personas. Todo a sus
pies. Desde allí, por primera vez en su vida, se sentía alguien, se sentía con
poder. Tenía el poder como para decidir cuándo su vida terminaría, sin dejar que
el destino se encargara del asunto.
Dio un solo paso y la mitad de su pie derecho quedó flotando en el
vacío, al borde de aquel precipicio. Miró hacia arriba. El cielo era tan
brillante que le encandilaba los ojos, y el sol, con su potente luz, luchaba
contra las sombras de los rascacielos para lucir su resplandor. Iba a ser la
última vez que apreciaría la belleza inconfundible de la naturaleza.
¡Sra. Irma! - Exclamó una voz masculina a sus espaldas.
Manteniendo el equilibrio, la Sra. Bacca volvió su rostro y pudo
ver a un hombre trajeado, probablemente turista, y de una belleza perfecta.
Parecía más grande en edad que ella, pero aún así, conservaba las
características de un lindo adolescente.
¡Sra. Irma! - Repitió, acercándose hacia donde la Sra. Bacca, aún
al borde de la muerte, seguía decidida a saltar - No lo haga - le suplicó.
La Sra. Bacca, confundida, se dio vuelta por completo y prosiguió
a observar con detención a aquel hombre. Por su tono de voz, no cabía duda de
que era un extranjero.
No podría vivir sin sus libros - Continuó el desconocido - Esos
libros tan llenos de dolor, pasión, tristeza. Tan llenos de verdad - Agregó.