I
SUICIDIO FRACASADO
La Sra. Bacca corría incesantemente a través del parque cubierto
de verde y lleno de niños correteando palomas. De vez en cuando tropezaba con
imperfecciones del suelo y volvía a incorporarse con su vestido antiguo y
desgastado, demasiado grande para su delgada figura. Tenía la cara demacrada,
con restos de pintura de la noche anterior y huellas de lágrimas secas. Sus
ojos, de un gris inexpresivo, estaban rodeados por gruesas ojeras, y su boca,
semiabierta, formaba una mueca de desesperación.
Sus pies estaban apenas cubiertos por un par de alpargatas blancas
tan rotosas, que equivalían a estar descalza, mientras que su pelo, tan negro
como su alma, parecía no ser peinado desde hacía mucho tiempo.
Rápidamente, luego de caerse más de una vez sobre el prolijo pasto
del parque, cruzó la avenida y llegó a la puerta de un alto edificio. Entró por
ésta y se encontró en una lujosa sala, donde varios turistas descansaban antes
de ir a recorrer la ciudad. Esquivando dos guardias de seguridad, se internó en
uno de los ascensores vacíos y, luego de marcar el número del piso más alto,
esperó por que las puertas se cerraran automáticamente.
Mientras escuchaba el crujido de cadenas desde dentro del
ascensor, una rara sensación le recorrió el cuerpo. Sabía que lo tenía que
hacer. Su vida era tan miserable. No tenía ni personalidad, ni belleza, ni
dinero, ni talento. ¡Era una escritora de cuarenta años fracasada! Había escrito
más de veinte libros y todos ellos sin éxito. No tenía familia, ni amigos y
tampoco un trabajo decente.
La Sra. Bacca giró sobre sus talones y vio su reflejo en el espejo
del ascensor. Su apariencia era la de un mendigo, con ropa sucia, llena de barro
y migajas para palomas. Y su rostro. ¡Qué rostro! Era tan viejo y sin vida que
hasta pasaba desapercibido entre la gente. Ni siquiera su nombre la favorecía.
Había convivido con una sufrida infancia a causa de interminables burlas por
parte de sus compañeros, pequeños diablos sin corazón, torturándola por un
apellido gracioso, y divirtiéndose con sus lágrimas inundadas en pavor.