Por un momento allí, cerca de la punta de mis zapatos apareció su cara,
mi pequeño amigo.
Si hay algo que se adapta al drama urbano cotidiano en los templos y sus
entornos, son sus atrios y construcciones anexas. En todo espacio previo de
estos lugares públicos, hay rincones adecuados para que se instalen los
pobres.
Parecía que fuera parte del diseño inicial, adivinar que deberán albergar
a menesterosos y mendigos. Sus galerías dan cabida a estos usos.
La calle esta llena de contrastes, la representación del poder, se exalta
más aun con la presencia inmediata de la pobreza extrema, ¿será por eso que cada
vez nos esforzamos por inventar nuevos paisajes, construyendo herméticas
burbujas?
Además en los tiempos modernos se van agregando construcciones anexas,
que serán analizadas por los futuros antropólogos que nos estudien. Recalentaran
sus cerebros tratando de entender qué significaban esos palos de hormigón frente
a templos y escuelas o esas espantosas casillas semejantes a nidos de vampiros
frente a grandes mansiones.
-Hola, ¿cómo te llamas?
-Negro.
-Así nomás, ¿y el nombre?
-Me dicen negro, me llamo Juan, pero
muy pocos lo saben.
-¿Y que haces?
-Vendo, ¿no me vio?
-Si y ¿qué te gustaría ser cuando seas grande?
-No sé. No sé que voy a ser.
-¿No te gustaría tener un trabajo, comprarte una casa?
-Pero...
-... A lo mejor con el tiempo comprarte un coche para trabajar y tener
bien a tu familia.
-Bueno, pero usted me pregunto que quería ser y no que quería
tener.
-¿Sabes? Tenés mucha razón. Es la costumbre. ¿Donde
naciste?
-Lejos, muy lejos de acá.
-Y tu casa, ¿acaso no tenés casa?
-Vivo en un cuarto, una pensión a la vuelta. Vivo ahí, pero no tengo
nada.
-¿De quién es ese lugar?
-No sé. ¿Hace falta que sea de alguien? La gente va y viene, están un
tiempito y desaparecen.
-Me imagino, se sentirán muy mal.