Estaba en pleno centro. La fauna urbana era un poco más cercana a mí
perfil.
Personajes solos, apurados, enfrascados en su mundo. No por nada, las
mesas no superaban los setenta centímetros de lado, no se necesitaba más. Eran
todas reuniones de dos personas, dos soledades construyendo su
mundo.
Así desfilaban por el bar, algunos estudiantes que reivindicaban la vida
en grupo y alborozados. Después oficinistas, trabajadores, aves de paso y
vendedores ambulantes.
Botes que habían salido temprano de sus puertos, para hacerse a la mar.
Un mar cargado de resaca y sobrantes a la deriva. La deriva, quizás no haya nada
más opuesto a la búsqueda de un destino y así parecían.
Soportar tormentas e inclemencias del tiempo. Un mundo muy lejano al que
su grupo, su circulo de confianza vivía allá en puerto lejano.
Tantos y tan solos que nada los reunía, excepto, debo reconocerlo, algún
código imperceptible con aquellos que compartían afinidades.
Misma actividad, requerimiento comercial o servicio
solicitado.
Pero a veces era muy difícil la comunicación aun entre dos personajes que
intercambiaban servicios. Una venta o una información. Se hablaban, respondían, quizás ni
se escuchaban.
El menor de entre todos estos personajes acababa de entrar. Creo que yo,
era uno de los pocos que estaba interesado en advertir su presencia. Claro que
en este caso, me encontraba en un análisis interno que no todos los días se
desata. ¿Seria la humedad?
Muy rápido, como una liebre fugaz, repasó las mesas. Con astuta e
infantil experiencia, advertía cuando una conversación debía ser breve o
extenderse, con un incierto final. Con seguridad, lo que muchos no sabíamos
darnos cuenta, es que ese era su mundo, es decir su lugar. Durante el día cuando
todo era vida o cuando la soledad ganaba la calle.
Esta cuestión interna que aparecía en mí, tal vez porque estaba buscando
algo que no sabia que era. Pero lo que sí sabia, es que no me iba a vencer la
inercia.
El aburrimiento ya me estaba congelando y convirtiendo en un bloque de
granito.
Que los demás opinasen de mí porque creyeran que era loco, amargado o
aburrido, no me importaba en la medida que yo tuviese consolidada una verdad.
Una misteriosa verdad que conservaba como una luz brillante y que en algún
momento aparecería. Divagaba mientras cultivaba una esperanza.
En realidad esforzándome a ser sincero, debía confesar, que más que luz
brillante, era una opaca idea que se volvía amarilla con el paso del tiempo.
Llegaba la hora que pensara por mí, en la convicción que no había nada mejor,
que me ocupara de mí ya que otro difícilmente lo haría.
-Decime pibe, ¿qué vendes?