En la noche del 7 al 8 había caído una helada muy intensa. A mediodía el cielo se encapotó. Poco después, se desencadenó una tormenta con poderosos relámpagos y truenos, pero cayó un aguacero de apenas una hora de duración.
9 de febrero. De Pajonal a Zorras. Siete leguas y, cuarto. Por la noche volvió a helar. Al despertamos, advertimos que una fina capa de escarcha cubría toda superficie de agua y a las seis de la mañana el termómetro no sobrepasaba los 2,5º C. Me adelanté en compañía del señor Döll. El camino que conduce al valle se estrecha en esa región, se hace cada vez más angosto y por último las roca, lo obstruyen por completo. Nos percatamos entonces que errado la senda. Por lo tanto, decidimos volver y pronto percatamos que el verdadero camino ascendía por la ladera que di al sud. Llegados a la cima, nos encontramos en la gran planicie de ripio que baja suavemente con una inclinación este-oeste a la cuenca de Imilac, interrumpidaa por grietas más o menos profundas, cuya dirección es en todas de este a oeste. Al sudeste, teníamos ante nosotros al colosal Llullaillaco. Después de dos horas descubrimos un valle de una profundidad de unos 130 m con paredes de conglomerado, en parte verticales. Más adelante, se estrechaba en una angosta garganta. En el fondo había bonitas pircas, sin duda construidas por cazadores de guanacos, pero faltaba el agua y toda vegetación, con excepción de escasas matas de cachiyuyo. Por lo demás, el valle volvía a tener por fui algo de pintoresco. Yacían en él grandes masas de escoria, como si hubieran sido lanzadas hasta allí por un volcán. En la zona marginal de la parte superior emergían de los ripios cabezas de sienita. Dos horas más tarde cruzamos otro valle similar, pero más ancho, cuyas escarpas eran menos perpendiculares y estaban formadas por ripio suelto, consistente en pórfido y fragmentos de traquita gris. Tampoco había agua en él. Al cabo de otras dos horas llegamos a un tercer valle, asimismo desprovisto de agua y Vegetación. En su suelo se encontraba un compacto conglomerado de traquita con fragmentos de piedra pómez, pórfido cuarcífero, ripio suelto sienita, etc. de manera que los conglomerados y, el no debían tener allí por lo menos un grosor de 1661n. A poco, llegamos a un vallecito plano con vegetación bastante rica, en especial numerosos arbustos de senecio (Creo xerophilus), luego cruzamos una cuchilla baja que al igual que el vallecito mencionado sólo de conglomerado de traquita, piedra pómez y escoria. Finalmente, descendimos al gran valle trasversal de Zorras, adonde llegamos a las dos de la tarde.
Hallamos allí una bella y, espaciosa pirca a la que una estera Je hierba había servido de techo y que en esos momentos había sido degradada a alfombra. Frites, nuestro nuevo acompañante, la había construido el invierno pasado y morado en ella durante tres meses, mientras cuidaba una pequeña tropilla de mulas. De hecho, en todo ese desierto, el valle de Zorras es el único lugar donde el pasto crece abundante, asegurando suficiente alimento a una regular cantidad de animales.