Las montañas de los alrededores de Pajonal son todas de pórfido de distinta clase, estratificado y no estratificado: rojo cereza con pequeños puntitos de feldespato blanco, verde con grandes cristales de feldespato blancuzco, gris claro con cristales de hornblenda verde. También se encuentra una destacada amigdalita gris verdosa, cuyas inclusiones de espato calcáreo tienen el tamaño y la forma de la almendra y de allí su denominación. Atraviesan la montaña en todas direcciones numerosos filones de piedra verde. Por la temperatura del agua hirviente se calcula la altura sobre el nivel del mar en unos 3.493 m o sea la misma del monte Etna.
7 de febrero. En busca del hierro meteórico cerca de Imilac (8 leguas) y regreso; descanso en Pajonal. Como ya he dedicado un capítulo especial a la existencia del hierro meteórico, me limitaré aquí a la descripción de las características del camino entre Pajonal e Imilac. Enseguida de dejar atrás Pajonal se cruza la cuchilla plana que cierra al norte el vallecito y se hunde luego en otro, con el cual concluye el pórfido, la formación rocosa firme.
Las seis a siete leguas de recorrido llevan a través de ripio. Se cruzan otras muchas crestas que se pierden todas hacia el oeste en la gran cuenca de Punta Negra, la planicie inclinada al pie de la montaña y el río de barro ya descripto. Todas esas crestas y la planicie inclinada sólo son conglomerados. Las piedras más grandes están arriba y las mulas se hunden cinco a ocho centímetros en la arena, o mejor dicho en el polvo. En el bajío, en un lecho seco del arroyo hallé un fragmento de piedra pómez, el único encontrado en todo el páramo. Era del tamaño de un huevo de gallina y probablemente procedía de Punta negra. En el camino de regreso, creí reconocer entre los escombros nítidos filones de pórfido y piedra verde, por supuesto muy disgregados y mutilados. Es muy difícil decir si el conglomerado del desierto se originó por el transporte de los materiales desde lejanos lugares o por el agrietamiento y descomposición de las rocas vecinas. El Cerro de Pajonal, la montaña roja al norte de nuestro campamento, contiene filones de galena, así como de malaquita y sílice de cobre.
Vi muestras de ambos.
A medida que nos alejábamos de las montañas, la vegetación se hacía cada vez más rala, pero las cuevas de las ratas seguían siendo igualmente numerosas, aun allí donde no se veía nada comestible. Al oeste de Imilac, en una pequeña hoya había una manada de cinco guanacos.
Al día siguiente, descansamos aún en el Pajonal. Nuestro amigo Chaile nos comunicó de improviso que no podría seguir acompañándonos. De nada valieron todas las consideraciones e intimaciones acerca de la obligatoriedad de respetar el contrato. Acababa de recordar que debía recolectar el tributo en Peine, aun cuando allí no había nadie. Y no hubo argumento capaz de convencerlo. Quizá fuera una intriga para obligarme a nombrar como guía a Manuel Plaza, quien exigía cincuenta pesos hasta Copiapó. Pero la cosa se resolvió de distinta manera. Procedentes de Tres puntas habían llegado dos personas, que querían ir a Atacama. A un tal Frites. el viaje no le agradó, pero al enterarse de nuestra intención de darle una mula para montarla, resolvió regresar y servir de guía.