ANA.
-Escúcheme, Nikolai... Ruegue a María Yefímovna que venga a
verme alguna vez. Me familiarizaré con ella y... juntos la calaremos, y la
dejaremos ir en paz o la tomaremos en cuenta... Tal vez... (Pausa.) Yo le
considero a usted un crío, una veleta, y por eso me mezclo en sus asuntos. Usted
juega. Tal es mi consejo. O no tocarla en absoluto, o casarse con ella. Solo
casarse..., ¡nada más! Y si, inesperadamente, quiere usted casarse, piénselo
primero... Tenga la bondad de examinarla por todos los lados, no
superficialmente: reflexione, medite, razone, y así no tendrá que llorar...
después. ¿Me escucha?
TRILETZKI.
-Desde luego... La escucho con interés y credulidad.
ANA.
-Le conozco. Hace todo sin pensarlo y se casará sin pensarlo.
En cuanto una mujer le enseña un dedo, usted está dispuesto a todo. Debe
aconsejarse con sus íntimos... Sí... No confíe en su estúpida cabeza. (Golpea en
la mesa.) ¡Qué cabeza tiene! (Silba.) ¡Silba, madre mía! Contiene mucho cerebro,
pero no se ve en ella ni pizca de sentido.
TRILETZKI.
-¡Silba como un campesino! ¡Asombrosa mujer! (Pausa.) Ella no
vendrá a su casa.
ANA.
-¿Por qué?
TRILETZKI.
-Porque Platónov viene a esta casa. No puede soportarle después
de aquellos sus exabruptos. El hombre se imaginó que ella es tonta, se le metió
eso en su despeluzada cabeza, y ahora no hay quien le disuada. No sé por que,
considera como un deber suyo enojar a los tontos, les hace malas pasadas...
¡Juegue!... ¿Acaso ella es tonta? ¡Él no comprende a la gente!