ANA.
-¡Ha entrado usted en mi habitación y, sin preguntar, se ha
comido media empanada! ¿No sabía usted que esta empanada no es mía? ¡Es un
cochinada, querido! ¡Juegue!
TRILETZKI.
-Yo no sabía nada. Solamente sé que la empanada se le agriará
allí, si no me la como. ¿Usted piensa así? Puede... Yo pienso de esta manera...
Si como mucho, entonces significa que estoy sano, y si estoy, sano, entonces,
con su permiso... En cuerpo sano, alma sana. ¿Por qué piensa? Juegue, querida
damita, sin pensar... (Canta.) Quisiera contarle, contarle...
ANA.
-Cállese... Me impide pensar.
TRILETZKI.
-Es una lástima que usted, mujer tan inteligente, no sepa una
palabra de gastronomía. El que no sabe comer bien, es un monstruo... ¡Un
monstruo moral!... Pues... ¡Eh! ¡Un momento, un momento! ¡Así no se juega!
¡Venga! ¿Adónde mueve usted? ¡Ah, bueno, eso es otra cosa! Pues el gusto ocupa
en la naturaleza el mismo lugar que el oído y la vista, es decir, está entre los
cinco sentidos que conciernen enteramente al dominio, madre mía, de la
psicología. ¡De la psicología!
ANA.
-Usted, al parecer, se dispone a decir agudezas... ¡No diga
agudezas, querido mío! Me tiene harta, y, además, no le van a usted... ¿No ha
observado que no me río cuando dice agudezas? Ya es hora, a lo que parece, de
que se dé cuenta de ello...